(Texto: José Antonio Mayo Abargues9 En 1967, en plena dictadura del General Franco, cuando el filo de la tijera de la censura cortaba hasta el mismo aire, en Mazagón se rodaba la primera película. “Los pájaros van a morir al Perú” es el cuento que da nombre al libro que Romain Gary; seudónimo de Romain Kacew, nacido en Moscú, escritor y director de cine, publicado en 1961. La historia se sitúa en un pequeño y desolado café, ubicado en el litoral peruano, a diez kilómetros al norte de Lima. El dueño del café es un hombre de 47 años, Jacques Rainier, un soñador que ha recorrido el mundo luchando en diversas guerras, un mercenario cansado que encuentra en ese inhóspito paraje peruano un consuelo a su soledad. Esta historia es un drama erótico, donde la protagonista es una ninfómana que siente la necesidad de tener relaciones sexuales con cada hombre que conoce.
Por más que lo he intentado no he podido hacerme de una copia de esa película, pero estoy seguro que el contenido sexual no iba más allá de un apasionante beso de tornillo, lento, romántico y cariñoso; o que después de que la protagonista se quitase las braguitas nos mostrara un pubis perfectamente recortado, con alguna insinuosa mirada.
El lector y el espectador necesitan creerse lo que leen o lo que ven, mezclándose entre los personajes y haciéndose una composición exacta del lugar, situándose, casi físicamente en él. Romain Gary quiso llevar su cuento al celuloide en un lugar extraordinario que embrujara al espectador y lo metiera dentro de la obra. Gary pensó que el escenario más propicio para ello, por su semejanza a la costa de Perú, era un lugar recóndito de la costa onubense, un lugar despoblado y desértico, todavía hoy desconocido para muchos: la playa de la Torre del Río Oro, donde se encuentran los restos de una fortificación almenara, construida hace más de trescientos años, que da el nombre a esta playa, conocida también por deformaciones populares como la Torre del Loro, El Pico del Loro, y algunas otras cosas más, con las que no está nada de acuerdo el catedrático de historia Laureano Rodríguez Liañez.
La película, dirigida por el propio Romain Gary, y protagonizada por el actor francés Maurice Ronet y la actriz norteamericana, afincada en París, Jean Seberg, esposa de Romain Gary, se rodó en 1967, cuando Mazagón todavía era un erial, una zona costera prácticamente deshabitada que no pensaba ni por asomo en grandes urbanizaciones, en turismo, en restaurantes ni en hoteles.
Tras el estreno de una película siempre llega al pueblo donde se realizo, un turismo atraído por algunas de las escenas del lugar. El escenario de Los Pájaros van a morir al Perú era ideal para haber atraído a este turismo, pero fue precisamente por eso, porque Mazagón no contaba con ningún tipo de infraestructura, que el rodaje de esta película no llegó a aportar ninguna proyección turística para la zona, aunque, todo ese movimiento del equipo técnico y de los actores: alojamiento, transporte, manutención, compras, y todo lo que lleva consigo la estancia de un numeroso grupo de personas que mueven muchísimo dinero, sí aportó un importante beneficio económico para el municipio.
Aunque en un principio los miembros del equipo de la película y los actores se alojaron en el hotel Santa María de la Rábida, más tarde buscaron alojamiento en Mazagón para estar, teóricamente próximos al escenario del rodaje, ya que los accesos a la Torre del Oro no eran demasiado practicables, máxime en aquel invierno lluvioso en el que tuvo lugar el rodaje de la película. Maurice Ronet, el protagonista de la película alquiló un chalet cerca del antiguo cine de la Avenida Conquistadores, que era propiedad del boticario de Rociana. La gente de la zona se escandalizó por el precio que Ronet pagó por el alquiler de esta vivienda: 15.000 pesetas, un dineral en aquella época. Ronet estuvo viviendo dos meses en este chalet.
Antonio Rodríguez Márquez, “El Patrón”, como todos le conocen en Moguer y en Mazagón, un sobrenombre que le viene dado por su padre que era patrón de barcos, trabajó para el equipo de la película durante su estancia en Mazagón, trasladando en sus taxis a los actores: dos SEAT 1500 de cinco y siete plazas, con motores Mercedes, de los que recuerda perfectamente sus matrículas. Antonio tuvo una relación muy directa con Ronet, pues era él, con su 1.500 de cinco plazas el que se encargaba de sus desplazamientos. Pero Antonio no sólo se limitaba a esta función, también hacía las compras que Ronet le encargaba en el supermercado de Manuel González Gil, situado donde está ahora el restaurante “Las Dunas”. Manuel González era tío de Juan Blanco, actual dueño del restaurante. Antonio tenía autonomía para comprar en el supermercado por un valor de hasta 600 pesetas, que cuando Ronet se las abonaba redondeaba hasta las 1.000 pesetas. Antonio cobraba 1.000 pesetas diarias por el servicio del 1.500 de cinco plazas, que estaba las 24 horas al servicio de Ronet, y 800 por el de siete, que hacía menos servicios. Además de los coches de Antonio, había cinco taxis más haciendo los servicios. Los encargados de prepararles la comida en un lugar habilitado para ello, frente al cuartel de la Guardia Civil, fueron, Francisco Rodríguez, del bar “El Choco”, su hermano Manuel Rodríguez, Juan Gómez, del bar “Torre del Loro, y “José el del Loro”. Tomás González, un hermano de Alberto, el dueño del supermercado “Casa Hilaria”, también trabajó para la película transportando materiales con un carro.
Una mañana, Ronet llamo a Antonio y le dijo: «Antonio, tiene que ir usted al aeropuerto de Sevilla a recoger a una amiga mía, una señorita que viene de París». Antonio le respondió: «¿Qué tengo que poner en el letrero para que ella me reconozca?», pues antes había costumbre de colocarse un letrero diciendo: soy fulano y vengo a recoger a mengano. Ronet le dijo a Antonio: «No hace falta que se coloque nada porque usted la va a reconocer enseguida. Es una señorita espectacular, con un pantalón vaquero muy ajustado, un enorme cinturón negro y unas botas altas. No hay dos iguales». Efectivamente así fue, y Antonio nada más verla se quedó impresionado por su belleza. Era una mujer de bandera, de las que llaman la atención; de esas que salen en las revistas y nunca las ves por la calle.
Después de haber recorrido la inhóspita carretera que separaba Sevilla de Huelva, y ya cerca de Moguer, la chica le preguntó a Antonio que cuánto faltaba para llegar: «unos veinticinco kilómetros», respondió Antonio. Entonces ella sacó un pequeño espejo que guardaba en un minúsculo bolso de mano y se dio carmín en los labios. Antonio la estaba observando por el espejo retrovisor.
Una vez en Mazagón, y cuando entraron ya en el chalet del boticario de Rociana, la chica se abrazó a Ronet, y los dos se fundieron en un efusivo beso, mientras Antonio observaba atónito a la pareja. «Antonio, puede irse ya y tómese el día libre», dijo Ronet, con una delatadora sonrisa en los labios. Antonio asintió con la cabeza, dejando ver con el lenguaje de la sonrisa que había entendido perfectamente el mensaje.
Trágicas y misteriosas muertes
Jean Seberg, la actriz protagonista de esta película fue hallada muerta en el interior de un coche, el 8 de septiembre de 1979. Su muerte aún sigue siendo un misterio. Jean llevaba ya tiempo separada de Romain Gary, director de la película, aunque seguía teniendo muy buenas relaciones con él. El día 3 de diciembre de 1980, Romain Gary, se suicidó a los 66 años, disparándose un tiro en la cabeza. El actor Maurice Ronet falleció en marzo de 1983, víctima de una larga enfermedad. Ronet contaba 55 años de edad y había intervenido en setenta películas con los más destacados directores franceses. Mazagón y Antonio Rodríguez fueron testigos de una pequeña parte de la vida de estos personajes.