Un conejo perdido en las horas de su reloj; un sombrerero atrapado en su propia locura; un gato que juega a ser escapista y una oruga filósofa obnubilada por el humo de su pipa. No estamos en un país de fantasía -de las maravillas según Charles Lutwidge Dodgson- aunque a veces lo parece; las promesas construyen castillos en el aire que muchos terminan por creer, dubitativos entre la posibilidad de convertir en piedra rocosa los planos y las maquetas y la evasión de la realidad que resulta demasiado insípida.
Lo cierto es que sobre la mesa tenemos propuestas de todos los colores, formas y tamaños; no esperábamos menos, es época electoral. Pero la preocupación me sobreviene cuando pienso en mi maltrecha cuenta corriente. Y no mucho mejor están los ayuntamientos que dentro de mes y medio se someterán a la soberanía popular… o socialista, por poner un ejemplo.
Demasiados juguetes sin pilas; no creo que los aprendices de mago sean capaces de realizar cada una de las ofrendas prometidas. Sin crédito -ni rédito- osan a vender al ciudadano -en estos tiempos convertido en simple papeleta- un programa electoral que la mayoría deja de leer en el quinto punto del orden del día. Como aquel loco que pregonaba cordura, saben que la maltrecha economía de los ayuntamientos no podrá sobrevivir mucho tiempo más en las actuales condiciones.
Sin embargo, antes del 22 de mayo nadie se atreverá a estornudar; se mantienen impertérritos aún estando seguros de que después de las elecciones será el turno de los planes de recortes y los ajustes; eso o la malsana intervención de los consistorios que queden en pie sobre trozos de papel asfixiados por el derroche de sus gobernantes. Muchas aspiraciones, muchos proyectos pero pocas opciones de llevarlos a cabo. La crisis, la deuda, el gasto y la falta de financiación frenarán las suntuosas maquetas y los delineados planos.
Una vez que los votos estén recontados, algo cambiará más allá de los partidos gobernantes. Será entonces, y no antes, cuando comenzarán las auditorías internas, la regulación del empleo (en voz baja menciono posibles ERE) y, sobre todo, la revisión de las condiciones laborales de los trabajadores. Gran parte de las plantillas están hinchadas, sobredimensionadas; muchos sueldos hacen sonrojarse a propios y extraños. Y, en este dilema, los ayuntamientos tendrán dos opciones: reducir personal o reducir salarios.
Reajustes y reinversiones. Eso es lo que nos espera. Porque, al fin y al cabo, los nuevos –o viejos conocidos- equipos de gobierno deberían fijar su foco de atención en la recuperación económica, en sacar del fango a los consistorios que cada mes mejoran sus artes malabares para pagar a tiempo a sus empleados, a sus proveedores, a sus empresas, a sus colaboradores. Pero, de momento, silencio.
Ya llegará el día después, cuando los números rojos devuelvan a la realidad a nuestros políticos; aquellos que malgastan el tiempo en un mundo virtual y paralelo. Entonces, tendrán que dar respuestas al ciudadano -ahora reconvertido de papeleta a pueblo soberano- sobre su economía familiar, explicarles por qué quieren trabajar y no pueden. Y ya no valdrán aquellas arengas electoralistas. Será el momento de justificar, de paralizar, de reconvertir; pero, qué curioso, nada de eso aparecerá en los planes financieros recogidos en los panfletos que, por cierto, nos perseguirán próximamente en nuestros buzones, en el parabrisas del coche o en el mano a mano mientras paseamos demasiados abstraídos en nuestra particular contienda diaria.
El telón se bajará. Algunos mirarán el cepillo por si alguien ha dejado caer algunas monedas. Amnesia y fin de la obra. Ya nadie se acordará del conejo perdido en las horas de su reloj; pocos recordarán al sombrerero atrapado en su propia locura; olvidados quedarán el gato que juega a ser escapista y la oruga filósofa obnubilada por el humo de su pipa.