Quizás sean los sesenta mil euros -diez millones de las antiguas pesetas- que se gastó la ex Ministra, Bibiana Aído, en redecorar su despacho con muebles de autor cuando asumió la cartera de Igualdad; puede que sea la retransmisión de sesiones en el Congreso con la desolación de las bancadas vacías; a lo mejor es la existencia de la Caja B en los cortijos autonómicos para financiar a hijos propios y de vecinos con estómagos agradecidos. Cualquiera de estos motivos quizás explique el hastío social y la gélida distancia que mantiene el ciudadano con sus representantes políticos que han escalado hasta la tercera posición en el ranking de los principales problemas que adolece el país.

El CIS así lo ha revelado; desde 1995 nuestros dirigentes no ostentaban tal posición adelantando -por la derecha y sin intermitente- a la inmigración y el terrorismo de ETA que quedan por detrás y a una distancia que supera los 10 puntos de diferencia. Sin posibilidad de réplica. El desgobierno y las fincas privadas cimentadas con fondos públicos son traducidos al lenguaje común en forma de indecencia e indignación.

No se gobierna para la sociedad sino para servirse de ella y hacer carrera política de un servicio al ciudadano. No es de extrañar la ingente desafección por la clase dirigente demasiado ocupada en tapar sus escándalos con velos transparentes y envolver con nubes de humo las pródigas corruptelas.

El Gobierno central y el de la Junta de Andalucía continúan con respiración asistida agotando el balón de oxígeno que supuso la no-decisión de ZP. Todos los indicios apuntan a un cataclismo político nacional y autonómico. Eso sí, que el viaje a los suburbios sea en clase preferente. Palabra de eurodiputado.

Mientras, seguiremos intentando coser retales sin hilo ante la vergüenza propia y ajena por la corrompida clase política que ha conseguido emborronar las treguas trampa y las muertes en patera.