Si, como parece que va a suceder, al PSOE le vuelven a dar la espalda los onubenses en las urnas por quinta vez consecutiva sus responsables deberían entender que tienen un grave problema. Llevan tres candidatos –José Juan Díaz Trillo, Manuela Parralo y Petronila Guerrero– con muy diferentes perfiles y aún no han logrado dar con la tecla. Por tanto, están obligados a perseverar. No les queda otra. Pero, bajo mi humilde opinión, buena parte del pésimo cartel que tiene el PSOE onubense entre los ciudadanos es consecuencia directa de su clase dirigente, de quienes desde el chalé del Paseo de los Naranjos cada mañana diseñan una estrategia marcada por el sectarismo. O conmigo o contra mi. Es su permanente discurso. Errado discurso, porque Javier Barrero, Mario Jiménez o Petronila Guerrero a estas alturas de sus vidas tendrían que saber que para alcanzar mayorías hay que gobernar para todos y no exclusivamente para los suyos. Y eso, al menos de momento, no les ha entrado en la cabeza.

Están convencidos de que al régimen, a su régimen, le queda todavía mucha vida y que pueden continuar manejando los hilos a su antojo y pisoteando a numerosos onubenses porque simplemente no piensan como ellos. Quizás cuando entiendan que quienes dirigen el PSOE en Huelva son unos ciudadanos más, como tantos otros, les comience a ir mejor. Puede que la clave de su éxito esté en que un día llegue a la dirección provincial socialista un militante que dé definitivamente la espalda al barrerismo, que se aleje de sus complejos, de sus manías, de sus fobias, de sus paranoias, de sus amistades y de sus enemistades y abra las puertas del partido a la democracia. Sí, a la democracia y también a los onubenses. Ese es su complicadísimo reto.