Otra vez andamos con lo mismo: más de lo mismo. Otro debate pero con la misma intención: más de lo mismo. Otra gente que en realidad es la misma gente: es decir, más de lo mismo. Ya nada es original, y tampoco hay intención de serlo. Queremos ser todos iguales, con las mismas circunstancias, con las mismas vicisitudes, las mismas experiencias, y por supuesto con los mismos derechos.
Pues bien, en el mundo del arte, el cúmulo constante de las mismas características no conduce a ningún lado. Eso sí, te da para sobrevivir a corto plazo, pero al final ni se aporta ni se consigue avanzar. Solo es sumar sin progresar, sin evolucionar y por supuesto, sin contribuir.
Somos muchos los que buscamos algo nuevo que nos motive, que nos haga pensar que no todo está hecho, que existen más cosas que las que ya hay, y que todavía podemos ser sorprendidos. Debemos producir sin repetir lo que hacen otros. Es cierto que siempre se habla de influencias, pero hay quien se toma eso demasiado en serio.
Yo me atrevo a decir que no es cuestión de parecerse, sino que la mayoría de las veces es más cómodo vivir del cuento y directamente copiar, lo que yo bien llamaría robarle las ideas a otro que ha demostrado ser mucho más notable y único. Y así andamos, aguantando a unos y a otros que encima se permiten la frivolidad de ir por la vida queriendo dárselas de genio.
La salida a todo esto es el trabajo y la búsqueda constante del ser uno mismo, creer en sus propias ideas e interesarse por lograr diferentes objetivos a lo que ya están planteados. Prepararse para sugerir cosas interesantes, no plagiar ni ser como otros, pelearse consigo mismo para llegar a la esencia y a lo profundo de cada ser, y luchar por conseguir la autocomplacencia, sin esperar a que nadie aplauda.
Históricamente, todos esos artistas incomprendidos en su tiempo por parecer diferentes a lo que marca la dictadura de la normalidad, han terminado siendo los verdaderos artistas, aquellos que en sus acciones han aportado a que las cosas ahora, sean como son.