¿Qué pasaría si los políticos se pusieran en huelga? En Bélgica saben la respuesta. La “Revolución de las patatas fritas” (la llamaron así porque es una de las pocas señas de identidad común en todo el país, invención de este pueblo según dicen) se alzó hace unos meses como un grito desesperado de los belgas para que los partidos políticos del país llegaran a un consenso después de pulverizar un nuevo récord mundial: 290 días sin gobierno. Pero este movimiento social, germinado como revulsivo a la crisis de identidad, no ha conseguido despertar del coma a los políticos que, lejos de pulir sus diferencias, han celebrado recientemente el primer aniversario de su desgobierno.
En estos días, arrastrados por la vorágine electoral del 22 de mayo, resulta paradójico cómo en Bélgica la calle clama por la instauración de un poder político y en nuestro país el descontento con los dirigentes evoca antiguos ideales cuestionando el papel que interpretan y su utilidad como servidores públicos. Pero más allá del cisco ante más de 365 noches de líderes descafeinados y terminales, los vecinos europeos no se han petrificado, se han sostenido erguidos sin el yugo ministerial. No hay caos, no hay histeria.
Aunque mucho tiene que ver en esto el federalismo belga, este peculiar escenario invita a reflexionar sobre quiénes nutren la administración de un país; los empleados públicos son los que la han mantenido viva poniendo en marcha -sin presiones del poder- proyectos guardados en un cajón solapados por asuntos políticos menores.
Pero el pueblo ampara un brazo protector, se siente descabezado y mira ceñudo a aquellos que lo envidian. Y es que, a pesar de todo, quedan huecos en blanco como la política exterior o la gestión de medidas económicas.
Bélgica ha funcionado, con carencias pero sin dramatismos. El pueblo requiere a unos políticos que son incapaces de ponerse de acuerdo para gobernarlo. La “Revolución de las patatas fritas” es el símbolo de la unión social, y los líderes que se sientan de espaldas a escuchar son la viva imagen de la sordera que padece este poder filibustero.
1 comentario en «Sin políticos»
pues éste es el mejor ejemplo de que el mundo funciona sin políticos; porque al fin y al cabo son los trabajadores, formados y bien preparados, los que mantienen en pie a un país. eso que muchas veecs decimos de que cómo estaríamos sin políticos… pues absolutamente nada.. los gobiernos cambian pero los funcionarios perduran y son ellos los hacen que funcione la sanidad, la educación, la justicia, la seguridad… y encima con pocos recursos