Después de años de conciertos, de formación tenaz, de dedicación temporal y de cierta experiencia como músico de sesión y de estudio, a una de las grandes conclusiones a las que llego es que la música, realmente, solo les importa a los músicos. Aunque existe un público cada vez mejor formado, con las intenciones más o menos claras – lógicamente, no nos estamos refiriendo a los adolescentes que hacen de la música que escuchan parte de su vivir diario –, no deja de ser menos cierto que a las muestras musicales de arte no comercial sólo se acercan músicos.
La mayoría esperando el fallo ajeno o simplemente intentando discernir el estilo o la estética para poder observar si lo que ellos hacen está cercano o sin embargo su propuesta es diferente. O bien, sirven para el escarnio privado de varios colegas que opinan y se divierten no con la música, sino con lo que están viendo arriba. Sinceramente, eso no creo que sirva para mucho: ni aporta, ni perjudica, y ni mucho menos beneficia en ninguno de los sentidos.
Esa incapacidad exteriorizada de no percibir muchas veces lo que otros compañeros están intentando enseñar porque están inmersos en lo burdo de la búsqueda del error, o de algo que consideremos, bajo nuestro punto de vista, que es incorrecto.
Y así no se concibe nada en positivo. Todas nuestras sensaciones van a parar al cubo de basura mientras solo ansiamos parámetros que los verdaderos oyentes no escuchan, les da exactamente igual, ya que reciben un todo, mucho más conceptual y de incalculable objetividad. Deberíamos cambiar a un espíritu más flexible, abierto y dispuesto. Son muchas las ofertas interesantes que aparecen cada día.
También sería interesante que fuéramos cambiando la idea que tenemos del público; están naciendo nuevas formas de escuchas y de consumo musical, alejadas de las reminiscencias románticas del fenómeno fan y de todo lo que conlleva. Afortunadamente, tenemos la oportunidad de que el músico cada vez está más inmerso en la sociedad y más alejado de esa torre de marfil de la que hablaba Ruben Darío. Aprovechémoslas.