Vaya usted a la ciudad del mundo que quiera y comprobará que hay un río que nutre a esa ciudad, que le da vida y que los ciudadanos, los habitantes de esa ciudad, le corresponden. Un río por el que respira, por el que cuenta su pasado también. Dejen por un instante de leer y recuerden aquella ciudad en la que estuvieron visitando a unos parientes, haciendo turismo, de juerga con unos amigotes o por cosas de trabajo, de estudios o de negocios, por lo que sea. Bien, ya han pensado en esa ciudad, ahora tienen que recordar el río, cómo era el río y qué significaba para aquella ciudad el río. Si son capaces de recordarlo, de sentirlo, ya no es menester que sigan leyendo, porque ya lo habrán comprendido todo.
Efectivamente, hoy, asomado al Arlanzón, viendo las riberas por las que menudean los paseantes, viendo a los jóvenes tumbados indolentemente al sol sobre la hierba, o algún lector apoyado en el tronco de un árbol, quiero hablarles de Huelva, que es mi ciudad, y de sus ríos, que son dos. Por eso, cómo ya sabrán por dónde va a circular mi reflexión, pueden dejar de leer y apretar los dientes, pensar qué fue de nuestros ríos, de nuestra ciudad y de nuestra suerte. Pobre suerte.
Los dos ríos llegan plácidos, lentos y tranquilos al mar escoltando los cabezos; dos ríos que van a parar a la mar, como todos los ríos y como cantaba Camarón. Dos ríos que mueren en el mar, pero en este caso que mueren un poco antes, asesinados por el despropósito de unos tiempos en que fuimos dominados, alterados por lo tanto, unos tiempos que deberían ya de haber terminado, quedar en el olvido o casi, porque olvidar del todo es tener que volver a vivir un mal sueño.
Un río ha servido de escombrera para residuos contaminados, un crimen; el otro río soporta unos niveles de contaminación, de la de ayer y de la de hoy, residuos urbanos de allá y de más allá, sin depurar más los metales pesados que tardarán todavía en desaparecer de su lecho: otro disparate que los de siempre se empeñan en envolvernos en papel de celofán: paraje natural.
Pero la ciudad, contra todo pronóstico, despierta. Ya Huelva ha cambiado y más que cambiará. A este poder inoperante y caduco, servil y siniestro, seguirán generaciones que sabrán decir ¡basta ya! El primer golpe en la mesa acaba de sonar, un pequeño grupo de ciudadanos ha obtenido el respaldo en las urnas de una parte apreciable de la población, que ha sabido ver en la Mesa de la Ría algo más que una oportunidad para que la ciudad avance con paso firme a las orillas de estos ríos que la llevan a la mar, a su mar. Queda ahora ver cómo madura esta respuesta popular y cómo crece. Si como todos esperamos, la Mesa de la Ría es capaz de transmitir a los ciudadanos su visión de la ciudad, en todos los aspectos, no sólo en los puramente medioambientales, para próximas convocatorias seremos más quienes estemos detrás de estos representantes que tienen, ahora mismo, la oportunidad de demostrar con hechos que son eso, representantes de los ciudadanos que tienen como fin último la defensa de los intereses de quienes les votan. El sol nace cada día en todos lados, incluso en ciudades a las que los malos les robaron el río, los ríos por los que se miran en el mar.
A José Pablo Vázquez y a quienes lo acompañan en esta hermosa aventura