Los partidos son máquinas de picar carne. Tarde o temprano, todos –meritorios, agraciados o declinantes—acaban triturados en ella. En la política de partido –de todos, los partidos, aunque en unos más que en otros—raro es el político profesional que se libra de acabar en esa desagradable hamburguesa. En la clandestinidad contra la dictadura, por ejemplo, el PSOE no existía; durante la transición lo organizó Navarrete con algunos adláteres; luego sus propios protegidos –los Barrero, los Arreciado y las Petris– los barrieron a ellos con el cuento del envergue de la “renovación” y el trasfondo del cisma entre Guerra y González. Y ahora los novatos hasta hace tres días –los “ninis” de Griñán– hacen lo propio con los restos del antiguo naufragio y echan a galeras, en el confortable navío del Senado, a la incansable trapisondista del partido Petronila Guerrero, aunque para ello haya que conseguir que el PP no aventaje al PSOE, como todo parece indicar que ocurrirá, en las próximas generales. Ya le llegará el día a los Jiménez, de eso no hay duda. “De fuera vendrá quien de tu casa te echará”, dice el adagio antiguo. Y lo repito yo aquí, de lo más convencido.
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