Un conocido joyero acaba de presentar una nueva serie por él creada para la casa Rolls Royce. Ha sido a las puertas de su exclusivo establecimiento en Beverly Hills.
Los fabricantes alemanes de la prestigiosa firma de autos de lujo que antes fuera británica, se frotan las manos: cada día hay más mil millonarios en el mundo dispuestos a conducir una de estas joyas que alcanzan precios lejos del alcance del común de los mortales. Ninguno de estos automóviles, ni los más económicos, baja del cuarto de millón de euros, quiere decirse cuarenta y tantos millones de las antiguas pesetas.
Los cálculos de la empresa alemana BMW, actual propietaria de la casa Rolls, pasan por una estimación de lo más reveladora, en esta década de penurias generalizadas, de hambrunas y barbaridades que nos atragantan el telediario de las tres, el número de mil millonarios pasará de 90.000 a 125.000 en todo el mundo. Y España, como saben, también está en el mundo.
Al final, don Carlos Marx va a terminar teniendo hasta razón. La riqueza se concentra en pocas manos y a las clases trabajadoras, a los proletarios del mundo uníos por el amor de Dios, no le va a quedar otra que echarse a la calle, conformar soviets por todos lados y armar la marimorena. No va a quedar otra.
Es el caso de un proletario que conocí en otros tiempos mejores. Fuerte, alto y guaperas, dejó la Secundaria para aprender el oficio de encofrador. Con veinte recién cumplidos, me invitaba a gintonics y reía a mandíbula batiente con el paquete de tabaco sobre la barra del pub y las brillantes llaves de su BMW encima. Se reía de mis ocurrencias. Estás majara, me decía. Y lo que yo decía, o le confesaba más bien, era que en mi puñetera vida podría, con un sueldo de profesor de instituto, aspirar siquiera a tener un coche como el suyo. Es más, afirmaba servidor con conocimiento de causa que en toda mi existencia, así viviera mil años, no podría dejar en los concesionarios automovilísticos de Huelva y provincia la friolera de duros que él se había gastado en un solo coche, por muchos que yo me comprara. Pero ya lo ven, esto de los coches cuanto más caros mejor, parece que es como es y va a seguir siendo. Los nuevos mil millonarios, quienes controlan las empresas que hoy parten la pana porque están o son cercanos al poder, de aquí y de acullá, optan por comprarse un Rolls. Con dos cojones.
El otro día me encontré con el del BMW. Al verle se me hizo la boca agua pensando en un gintonic de gañote. Pero, no.
Venía de un curso que está haciendo porque le dan un dinero que necesita para sobrevivir. El coche lo sigue teniendo, está en la puerta de su casa, con una avería que le cuesta un dineral y a cuya factura no puede hacer frente. Lleva dos años en el paro y no encuentra quién le dé dos duros por el coche, que tiene ya siete años y un rozón en el lateral. Nos fuimos a la taberna de Antonio el Mulo, le invité a una caña y don Antonio tuvo la gentileza de ponernos unos chochos por delante. Intenté explicarle lo de la lucha de clases y toda esa película de Engels y Marx, pero no estaba por la labor. Anda deprimido el hombre. Se le iba la mirada a la pared de la taberna, a un banderín del Athletic de Bilbao y a un almanaque de una casa de neumáticos con una chavala imponente en sujetador y enseñando de soslayo el culete. No me escuchaba. Pero esto se arreglará, decía, vendo el BMW y me compro un Audi, me gustan más.
Es un triunfador. Yo, un pringao con nómina y la amenaza de que nos van a bajar de nuevo el sueldo en cuantíto pasen las próximas elecciones autonómicas. La hipoteca, este año, me ha vuelto a subir.