Incomprendidos, maltratados, subyugados, avasallados, perseguidos, agraviados, insultados, ofendidos, lastimados, apaleados, agraviados, injuriados, desconsiderados, pisoteados, despreciados, derrumbados, sucumbidos, desubicados, ridiculizados, rebajados, calumniados, difamados, engañados, enredados, censurados, y así podríamos llevarnos días. De esta manera nos hacen sentir muchos de nuestros congéneres a menudo, intentando, por todos los medios, hacer de nuestra vocación y de nuestra profesión algo sin importancia y sin dignidad.
Sería interesante que por un solo momento pensaran si la compensación es realmente positiva. Rotundamente sí; la música les da a los músicos lo que millones de seres humanos no pueden darnos ni en pequeñas cantidades. Grandes intérpretes siempre han dicho que “una vida dedicada a la música, no es una vida perdida”. Imaginamos que son muchas vidas las que se desperdician en pensamientos triviales e improductivos como para al menos detenerse en cuestiones que rentabilizan mejor eso de estar vivos, vivir la vida y aprovecharla en su totalidad.
Existe un abismo sustancial entre quienes tratan de buscar respuestas constantes a su presencia en este mundo, y quienes se limitan a mirar a los demás a ver que hacen, esperando la más mínima de las circunstancias para reírse del prójimo. Sus vidas están tan vacías y huelen tan sumamente a abandonado, que solo les motiva el error de otro. Una motivación triste y superficial que solo les sirve a quienes piensan en pisar a los demás para escalar ellos.
No es cuestión de darse por aludido, ni siquiera por sentirse en este o en aquel bando. Consiste en engrandecerse como persona, omitiendo propuestas frívolas que no tienen en su naturaleza la capacidad de hacerlas fructíferas y positivas para quienes las llevan a cabo. Un mundo sin música no tiene sentido, pero el maltrato constante que se hace al verdadero músico, conducirá inevitablemente a la desidia y la mediocridad, fomentando irrealidades que no suman, más bien restan.