En cada pecado buscamos el perdón, y cada perdón encierra una condena. El populacho es señalado desde la sacra balconada como impío, necesitado de absolución y amparo divino. Pero es sabido que deplorables pecados se han cometido sin traspasar los muros de la sacristía. Es la fortaleza, el abrigo que muchos encuentran para tapar sus vergüenzas, porque parece ser que es más grave disparar desde una ventana de la Plaza Mayor que hacerlo desde la Iglesia.
Símil éste que esboza el actual mundillo de los políticos de profesión, esa serie de drama, suspense y comedia a partes iguales. Sin dejar el presbiterio, Beninge Bossuet, un clérigo católico francés del siglo XVII, definió la política como un acto de equilibrio entre la gente que quiere entrar y aquellos que no quieren salir. Y es ese interés el que guía cada puesta en escena de la clase política; no se entienden, de lo contrario, ciertas bufonadas.
La última parodia tiene como telón de fondo el santuario del Parlamento andaluz; muralla infranqueable durante más de 30 años. Estarían sus eminencias tan ocupadas en maquillar el escándalo de los ERE o aireando la basura del vecino (según el turno de palabra de cada capellán), que han dejado la gobernanza de los ciudadanos para el final de la legislatura. Y es que para quienes no les gusten los quehaceres, la política es una dulce tentación.
El 40% de las leyes han sido aprobadas durante los últimos meses de septiembre y diciembre, después de cuatro largos años. ¿Tan poca estima merece el pueblo andaluz como para que esos dictámenes legales pasen de soslayo por el Parlamento? Muchas de ellas se han tramitado por la vía de urgencia; urgencia después de 1.400 días (?). Quizás estén colapsados confesando y absolviendo pecados.
No parecen ser importantes la norma de Salud Pública y la del régimen de autónomos, por mencionar algunas de las leyes Express. Sin debate no hay discusión. También era de crucial importancia dejar fuera a los alcaldes de la Cámara; inexorable cuestión para los socialistas que se dedican a gobernar en clave electoral. Ya lo decía Beninge Bossuet. Tampoco el PP ha estado a la altura; las sesiones parlamentarias se llenan de contenido con continuos cruces de acusaciones desde el púlpito. Corrupción, despilfarro, oportunismo… Y tú más… Mientras, IU se deja llevar.
Los parados sólo han llegado al Parlamento en forma de titulares o reproches, no como una preocupación política real. 1,2 millones de desempleados en la comunidad merecen algo más.
Y es que muy poco demuestra una clase política que quiere y tiene que aprobar las leyes casi de puntillas, sin grandes ecos que resuenen en el frío ábside. Manejan a su antojo la Casa de los ciudadanos como si de su propiedad se tratara. Las miradas inertes les dan cobijo mientras sancionan las mismas normas que ellos van a quebrantar. Se creen impunes y quien los persigue se convierte en furtivo.
Así, queda demostrado el pasaje de hoy, pues parece ser que no tiene la misma condena disparar desde un balcón que hacerlo desde la Iglesia. Amén.