Un portavoz de la Unión Europea contestó a la carta que Vivian Reading, vicepresidenta de la UE y titular de Justicia, publicó en el diario EL PAÍS el 30 de octubre pasado. En dicha respuesta se manifestaba que si una parte del Estado se independiza dejaría de pertenecer en un primer momento a la UE. Vivian Reading había manifestado en su carta que Bruselas hace suya la convicción del Estado Español de que si una parte de un Estado miembro pronuncia unilateralmente su independencia, la Unión no puede reconocer esa declaración”.
Escuchar decir a Duran i Lleida, tras esta noticia, que él siempre había advertido sobre el derecho de veto (el de España, supongo), dentro de la UE, y que ellos (CiU) nunca han hablado de independencia, sino de Estado propio dentro de Europa (¿?) o de otras fórmulas no tan comprometidas, cuando unos días antes había estado defendiendo la propuesta de un Estado propio para rescatar a Cataluña “del menosprecio actual de un Estado (el español, imaginamos), que la ahoga económica, política y socialmente”, produce desconsuelo y hartazgo por el cinismo político.
J. A. Duran i Lleida es un profesional de la política que lleva viviendo de la misma desde el período pre democrático y nunca ha sido criticado por ello. Es más, siempre había pasado por ser un hombre de Estado (del español, claro está) que había sabido llegar a acuerdos con los diferentes gobiernos, con pingües beneficios para su comunidad.
La desafección de Duran es especialmente penosa porque es, por lo menos, doble. Por una parte ha sido, aparentemente, un leal colaborador de España y se ha puesto en muchas ocasiones, desde el Congreso de los Diputados, al servicio de ese Estado al que ahora encuentra tan odioso y sumido en el menosprecio por su tierra; un Estado que según sus cuentas –las mismas cuentas que ha conocido a los largo de su ya dilatada vida pública-, expolia las finanzas catalanas. El moderado demócrata cristiano de Unió Democràtica de Catalunya (UDC), en principio bastante templado en su catalanismo, se ha visto impulsado por la enorme influencia de todo tipo de Convergència Democrática de Catalunya (CDC), a postulados que ni por casualidad estaban al principio en las intenciones de la organización de Duran.
Cuando el veterano nacionalista se ha tropezado de bruces con la realidad, ya confirmada por voces muy autorizadas de la UE, de que el principado independiente quedaría fuera de la Unión, lo reconoce así para los medios de fuera de Cataluña, pero allí ha estado predicando otra cosa, algo que desde el principio sabía imposible. Artur Mas le ha presionado y Mas mismo, víctima de sus propios narcisismo, mesianismo, frivolidad e irresponsabilidad ha sido, bien presionado bien animado por la familia Pujol –y puede que por parte del empresariado catalán -, a lanzarse a la aventura de las rupturas imposibles –el propio Vall d’Aran ha advertido ya de que quiere el mismo tipo de consulta para ellos-. Duran i Lleida, superviviente a todos los gobiernos españoles de Madrid, ha traicionado a Cataluña mintiendo a los ciudadanos sobre sus posibilidades y ha traicionado al Estado español, diciendo que él no estaba por la independencia.
Hoy, sin embargo y llevado por la circunstancia europea, vuelve a hablar de que no hay una mayoría por la independencia y que no es posible una Cataluña sin España y al revés también. Cuando todo este maremágnum haya pasado y el debate territorial pase por unos cauces plausibles, la ciudadanía catalana debería tomar nota de personajes como Duran i Lleida para no seguir permitiéndoles estar en política por sus desafecciones a unos y otros, por sus recolocaciones ideológicas y por su defensa de la nada.
