Están los políticos estos que no paran de darnos asco y sorpresas, aunque estén también los honrados, quienes tienen auténtica voluntad de servir a los ciudadanos: servidores públicos, que se dicen ellos.
Pero lo que estos últimos a lo mejor ni se imaginan, es que puede que haya ciudadanos que no quieren que les sirvan para nada en absoluto, que lo único que pretenden es poder contar con representantes en las Cortes o en su ayuntamiento. Si fueran eso, lo que la Constitución y el sentido común establece: representantes de los ciudadanos, no habría problema alguno; pero no, se empeñan en ser servidores públicos que manejan nada menos y como si tal cosa los presupuestos del estado, todo lo que se recauda de sus impuestos, querido lector, y de los míos, todo ese parné a cargo de gente que puede o podrá ser muy honrada en salvos sean los casos, pero que también pueden terminar en manos de gente como la que antes estaba en los alrededores de los partidos políticos y ahora están en su interior y guardando el botín para colmo.
Recuerden el tipo aquél tan hortera del bigote y las camisas con puños enormes en los que lucían pasadores con mucho quilate y más ostentación, o este más cercano que se gastaba el dinero de los parados en putas y cocaína. Gente vil y canalla que dedicaba su tiempo y fortuna a babear al paso de los cargos públicos hasta que se dieron cuenta de que el desprestigio de la política estaba vaciando los partidos de gente honesta y cualificada. Entonces se afiliaron, prosperaron en ese páramo de deshonestidad y sinvergonzonería hasta llegar a manejar los dineros públicos con una única consigna: el que parte y reparte, se lleva la mejor parte.
Esto es lo que tenemos ahora, los alrededores metidos de cabeza en el interior y lo que antes había en el interior, esa gente que dedicaba su tiempo y cualificación a la cosa pública, espantada y huyendo a los alrededores. Malos tiempos. Estos como todos, porque la historia no hace más que enseñarnos que la cosa pública termina siempre en manos de este tipo de gente, de tipos horteras sin escrúpulos como el del bigote y el de las putas y la coca: gentuza.
Haría falta una regeneración de la cosa pública, pero eso no se alcanza con un partido atrincherado en el poder y otro al acecho cual Iznogud el Infame, aquél personaje que no tenía otra obsesión que ser califa en lugar del califa. Esto se podría lograr si la clase política dejara de lanzarse mierda los unos a los otros y se pusieran a trabajar en un objetivo común y esencial, acabar con estas prácticas delictivas que de tanto repetirse y tanto ocupar la primera plana de periódicos y noticiarios, se están convirtiendo en algo normal y corriente, en esto de ver con asco pero como cosa natural que a la política se dediquen sólo cuatro golfos con trajes a la medida de su ruindad y vileza.
De momento sólo la gente normal y corriente que permanece en los partidos políticos tiene en su mano acabar con este lamentable estado de la cuestión. Dar una patada en el culo a todo el que meta la mano en el cajón deberá ser lo primero, pero también adelgazar la administración del estado de manera que la clase política no tenga en sus manos el control único y absoluto de los presupuestos: insisto, de nuestro dinero. Si estuviera cada cual en su sitio, no pasarían tantas de estas cosas, denlo ustedes por seguro. Si la clase política se dedicara a dirigir y controlar, para dejar a los funcionarios el manejo de las finanzas del estado, desde las mayores transacciones del Banco de España hasta el recibo de la luz del municipio más pequeño del estado, otro gallo cantaría. Pero tal y como está el patio, con los partidos políticos repartiéndose cargos que no son en absoluto políticos sino técnicos, y llegado el caso, hasta inventándose organismos y más cargos para que disponga del botín, digo de los presupuestos, yo al menos no arrendaría las ganancias.
Haría falta una regeneración de la cosa política, pero viendo lo que estamos viendo, el patético espectáculo del tú te lo has llevado calentido y el otro de enfrente respondiendo que tú más, pues no vamos a llegar a ningún lado. Y en mitad de todo, la democracia, sin comerlo ni beberlo pagando las consecuencias.
1 comentario en «CALLEJILLA DEL DUENDE.
Alrededores.
[Bernardo Romero]»
Acertada la crítica de Bernardo Romero. Y su remate, de que debe ser regenerado el mundillo político, también. Pero lo que no puede aportar para desembarazarnos de tanto «capacitado» para dirigirnos y digerirnos, digo digerirnos porque son como el Saturno devorando a sus hijos que pintara el magnífico pintor y profeta Francisco de Goya y Lucientes, que nos digieren a dentelladas nuestra dignidad, imponiéndonos en nombre de su enorme fracaso, fracaso solo reconocido en sus oponentes, ¡claro!, impuestos crecientes y servicios menguantes.
Pero lo que no puede aportar el Sr. Romero, no porque no quiera, sino porque no tiene: La enorme palanca para mover este mundo de corruptelas y echarlo a rodar a la Mar Sideral. Yo solo le puedo prestar mi mano para mover esa palanca cuando la encuentre.