Entender que el nacionalismo es la defensa de una tierra particular frente a los excesos cometidos por el poder político central, o el abandono de esa tierra, o las dificultades en su desarrollo, creo que es bastante racional. No todos los nacionalismos tienen por qué tener como fin la ruptura con el estado en el que el territorio está circunscrito, pero me parece que nadie podrá negar el derecho de las partes a reclamar un trato igualitario en el conjunto de regiones, comunidades o estados al que pertenece. Cuando es evidente que una tierra, un país, es discriminado por la razón que sea frente a otros territorios, es deber ciudadano defender, antes que nada, el derecho del conjunto social, político, histórico, cultural y social marginado, frente a aquellos que se los están escatimando y provocan los males.
El problema de Andalucía es que se presenta como el territorio más español de los territorios del Estado a pesar que hay tantas razones para pensar que no es así. Baste atender cómo se ha conformado Andalucía a lo largo de la historia, sus diferencias con el resto o como una repoblación despiadada dejó sin capacidad de reacción a los habitantes de la tierra. Pero es que además, las circunstancias socioeconómicas del país habrían de llevarlo a la reivindicación permanente frente a los dos gobiernos que padece, el central y el autonómico, tan infectado de un socialismo españolista aquí en el sur como si estuviese gobernando el PP más rancio. Por otro lado, véanse las balanzas fiscales para corroborar cómo Andalucía es injustamente tratada por parte de un gobierno central que debería mirar por todas.
Andalucía se comporta como tantos seres humanos inconscientes de quiénes son y al arbitrio de mensajes y consignas expresados por otros. Y a pesar de la diferencia de su nivel de vida con respecto de otros territorios, o la baja calidad de sus servicios esenciales, o la enseñanza de su historia desde una visión “reconquistadora” o la apropiación de parte de sus señas de identidad como propias del Estado, permanece impasible, resignada a recibir lo que se le quiera dar. Es, se contemple así o no, el complejo de tierra conquistada y ocupada –repoblación lo llaman- por extraños venidos desde otros lugares. Sin duda, nosotros somos descendientes de aquellos repobladores, pero tiempo más que suficiente ha pasado para haber entendido que Andalucía es tratada como tierra conquistada y que mientras los territorios que han presentado cara a los gobiernos de Madrid han prosperado, nosotros nos hemos quedado atrás en todos los sentidos.
Pero todo sigue igual y el andaluz sigue enarbolando la bandera de España con orgullo –sumisión encandilada, diría yo-, como quien levanta serpiente en el desierto –Moisés-, y olvida la suya propia, una enseña proyectada con sentido reivindicativo. Hasta a los que crearon esta bandera les cupo el miedo o el complejo e insertaron en el escudo una leyenda que sigue haciendo alusión a España, como si Andalucía no fuese suficiente por sí misma. Hay que felicitarse del cambio realizado por los nacionalistas andaluces –hoy sin referente organizativo importante-, quienes emplean “Andalucía por si, los pueblos y la Humanidad”. El andaluz no debe ser un nacionalismo separatista, pero tampoco regionalismo mojigato. Nacionalismo con todas las consecuencias hasta lograr objetivos de superación de sus dificultades y el desarrollo que le corresponde por su posición y recursos. Industrialización sensata, pero industrialización al fin y al cabo que nos permita el despegue definitivo. Nacionalismo integrador y creativo y, hasta donde sea posible solidario con el conjunto de territorios pero que tenga, como objetivo esencial, Andalucía y sus ciudadanos.
1 comentario en «EL LABERINTO.
¿Contra el nacionalismo?
[Javier Berrio]»
Javier, creo que tu pasión te ciega. Lo de repoblación despiadada es un poco demagógico. Yo creo que el problema de Andalucía son lo andaluces que no creen en su tierra, eso por lo pronto y podemos seguir y seguir…