Cuando mayor era el cansancio de la ciudadanía y más dados al cambio se mostraban los electores, surgió la ilusión en forma de una agrupación –Podemos-, que consiguió llevarse muchos más votos de los esperados en las elecciones europeas. Al constituirse Podemos en un partido más al uso –sabemos que eso era necesario parcialmente-, ha perdido parte de su encanto romántico y, además, se ha disipado la oportunidad de dar a la sociedad misma el protagonismo –o la impresión de protagonismo-, por medio de la movilización permanente que habría impreso al proyecto carácter de urgencia y de grito colectivo. Podemos, al someterse tan rápidamente al paradigma de los viejos partidos de la transición, sin haber dado la batalla tan siquiera en la necesidad inmediata de listas abiertas y dar ese papel triunfante a la masa social, ha cometido un error de gran calado.
Naturalmente, nadie robará a Podemos los votos y escaños que pueda conseguir en el el próximo parlamento central: serán votos y escaños ganados en limpia lid democrática –hasta donde la estructura española es democrática-. Pero el halo de victoria ciudadana ganando el pulso primero en la calle –forzando reformas como la electoral, como queda dicho-, y después en las urnas, daría más fortaleza y durabilidad al ideal iniciado por Pablo Iglesias y los suyos. Es verdad que Podemos tiene prevista una gran movilización para este mes, pero tiene el mismo tufo organizativo que las dos últimas Diadas en Cataluña: ni espontaneidad ni continuidad. Haber hurtado a los ciudadanos razonablemente ansiosos de cambio la posibilidad de estar en las calles, roba pureza a la fuerza alternativa que quiso ser Podemos.
El sistema entero trata a Podemos, a estas alturas, como una organización más del régimen y su continua aparición en las encuesta moviéndose entre el segundo y tercer lugares en intención de voto, hace que en la cabeza de los posibles electores entre la posibilidad de que ese partido, en principio tan aparentemente revolucionario, pase a las quinielas de componendas electorales posteriores a los comicios y forme coalición con grupos ya quemados.
Por otro lado, el continuo ajuste a la realidad del programa de Iglesias, va bajando las expectativas sobre un cambio realmente importante con un gobierno presidio de Podemos. Su proyecto económico, entre el socialismo democrático y la socialdemocracia, no es lo esperado por aquellos que en primera instancia votaron a Podemos en las europeas. Asimismo, ¿en qué va a quedar el proceso constituyente pretendido por Iglesias y los suyos si no va a contar con fuerza parlamentaria para forzarlo? A qué vamos, ¿a una reforma de la carta magna en la línea propuesta por Pedro Sánchez y el PSOE? Pues para ese viaje, no necesitábamos alforjas porque la reforma de lo imperfecto sigue dejándolo igualmente imperfecto aunque, quizás, con otra cara.
Iglesias ha podido hacer cómplice a gran parte de la sociedad en su proyecto de cambio, pero mucho me temo que sus intenciones, al fin y al cabo, son las de ocupar el poder, administrar como buenamente pueda; explicar, si fuese el caso, que las circunstancias no le permiten llegar a más –éso también sabe hacerlo Rajoy-, con lo que la frustración se comerá a esa fuerza de la misma forma que puede veniar: por medio del voto democrático de los ciudadanos.