Huelva, este 2015, se había propuesto reivindicar el toreo, y el toreo, sólo, se reivindicó sobre el albero. Corrida de máxima expectación, que no defraudó a los aficionados que se daban cita en el coso de La Merced para la primera de las corridas a pie. Enrique Ponce, Morante de La Puebla y José Maria Manzanares se acartelaban con una corrida de D. Juan Pedro Domecq.
El maestro de chiva siente a Huelva como su plaza, y es por ello, que su entrega fue absoluta. Faena pulcra ante un primer oponente que no tuvo el fondo necesario para que alcanzará mayores vuelos. Tiró de temple para tapar las carencias de un toro que soltaba la cara y deslucia el final de cada muletazo. Pese a todo, recibió una importante ovación en reconicimiento a su esfuerzo. El cuarto de la tarde tampoco tuvo mejores virtudes, si bien, supo poner en valor su maestría para deleitar al público onubense una faena cuya rubrica, simplemente, fue meritoria de una oreja.
Morante de la Puebla toreó a placer con la capa al primero de su lote. El capote del cigarreo dibujó verónicas de ensueño rematadas con medias torerísimas. Mereció mejor premio tras una faena pura y profunda, sustentada sobre muletazos largos vaciados detrás de la cintura. Cada pase, cada gesto, cada desplante era una exaltación a la torería. Recibió al quinto con un farol inverosímil. Todo presagiaba la conjunción perfecta de toro y torero hasta que el primero quedó lisiado tras un choque con las tablas. El quinto bis no tenía el fondo de su hermano, aun así, supo aprovechar la suave embestida de su oponente. Morante, con su actuación, confirmaba su compromiso con Huelva y la tauromaquia, aquel que sellaba con una pancarta pintada por niños.
Cerraba plaza Manzanares que arrasó con su toreo en redondo. El toro, Alucino, fue el aliado perfecto para el toreo del alicantino. Faena rotunda a un burel que iba largo y profundo por el pitón derecho. Templó y mandó sobre la diestra sucediendose los muletazos interminables, rematados con cambios de mano, al que un estoconzao fue la rubrica que le concedería las dos orejas del juampedro. El último de la tarde se rajó pronto, sin embargo, realizando una lidia perfecta al comienzo de faena, pudo posteriomente sacarle todos los muletazos que guardaba dentro para acabar cortando otra oreja y así salir por la Puerta Grande.