Resulta que Europa nos ha multado un poquito por mentir un montón; bueno, se referían a la Comunidad valenciana, o a Camps o a Fabra, pero el gobierno central quiere que no se pague, o que lo paguen quienes acaban de entrar. Es normal, porque el abuelo que tenía un aeropuerto está en la cárcel y los señores elegantes de su mismo partido pasean sus palmitos por las calles y saludan, cada vez menos (pobres) a los ciudadanos, impolutos ellos (los ciudadanos) que les votaron. Nada les pasa, excepto que salen menos en la televisión.
Y es que una ovejita negra se cuela en cualquier manada y así las tuvieron los partidos que gobernaban las esquinas de nuestro país, o mejor sus rincones, a juzgar por los casos de rebaños casi oscuros de los Gürtel, Banca Catalana, ERE, Malaya, Filesa, Millet, Palau y tantos otros; pero hemos cambiado los candelabros antiguos por bombillas de led y, claro, ahora ya ven, ya se ve.
En los casi cuarenta años de democracia, que es muy poco, parece que no se ha entendido que los políticos nos representan, o para eso están y que si grave es que concurran por una circunscripción que desconocen, más grave es que no regresen hasta las elecciones siguientes e innombrable que los mismos votantes defraudados, cuando no robados, les vuelvan o les volvamos a votar. Puede ser efecto de la inexperiencia, de la moral de amplias dimensiones o de la condición humana.
Y todo esto viene de lejos: Felipe III, en los siglos de oro; la reina regente María Cristina o la reina Isabel en el XIX; la segunda república o el franquismo son antecedentes no muy edificantes, aunque la diferencia esencial es que a ellos no los elegía el pueblo, a excepción del pequeño periodo de principio de los años treinta, en que también hubo de todo.
Así pues, haga usted con mi dinero lo que no debe, dedique sus esfuerzos a metas personales, incumpla la ley, malgaste, olvide la educación y la sanidad, váyase a tiempo y, si no se va, aquí estamos nosotros para volverle a colocar en el mismo sitio.
Ya mi ingenuidad no da para tanto y pienso que los culpables principales somos nosotros.