(Texto y fotos: José Luis Rúa) Todo quedó dicho en aquella mañana primaveral de abril, en pleno huerto de Los Naranjos y ante la mirada atenta de todos y cada uno de los pintores, “…la próxima reunión será en el Patio de la Jabonería, Florencio Aguilera os reta a buscar los rincones más bellos de ese patio cargado de música y de un frescor tan solo capaz de encontrarse en las mañana de luz de nuestro Gayamente. Las paletas están en todo lo alto y la temática ya ha sido definida. Nos vemos por allí en unas semanas…”.
Han pasado unos meses y ha sido en una nueva mañana, en esta ocasión otoñal, pero con unos tintes de luz y temperatura, como si de cualquier día de la primavera se tratara. Los caballetes han sido distribuidos de manera discreta por los rincones más bellos de este Palacio del Marqués, al que Florencio Aguilera cuida como si fuera su pequeño gran reino. Espacios amplios capaces de dar cabida a los mejores conciertos de las noches de agosto. Espacios llenos de luz que obligan a los artistas a buscar refugio por las esquinas o por las zonas más al norte de estos lugares llenos de magia y leyendas viejas, como sus paredes. Por allí vemos entusiasmados a Ángel Cabel con su colorismo personal, a Emilia Rasco o Florencio Mascareña intentando realizar una clase práctica de colorido y dibujo. Pepe Garcés a cobijo del sol en la misma casapuerta con la mirada dirigida a esos muros o contrapuertas interiores, marrones y albero. Junto al frescor del pozo, Rosa Cabalga construye manchas verdes alejadas de los desfiles encorsetados. En el patio de los poetas, Carmen Arroyo se sumerge en un océano de verdes de amplia gama. La inquieta Karina Müller, construye sus sueños a golpes de pinceladas ciertas mientras Elisabeth, hace microcirugía pictórica a través de una visión personal de paredes llenas de ventanas protegidas por fuertes verjas artesanales.
En el patio de Las Pirulas, a pocos muros del Patio de la Jabonería, entre paredes conquistadas por el verdín, muros soportando cargas verdosas lejos del sol y la luz y con una fuente de hierro fundido presidiendo tan precioso parque natural, Juan Galán y Gema Cayuela transportan al lienzo aspidistras sometidas a un examen de largo alcance. A sus espaldas, Mari Bella Mateo también juega con los verdes, dejando a una concentrada Fátima Concepción reconstruyendo un patio lleno de grises y ocres como perteneciendo a un espacio distinto, pero más bello si cabe.
Haciendo un esfuerzo y sin GPS a nuestro alcance, podemos encontrar a una dinámica Rosa Gómez que ha sacado los azules del rio y del horizonte para amarrar a fondo algunas pateras sin destino fijo. Rafa Gómez prefiere el mismo escenario pero juega mejor con la acuartela, al que le da tonalidades más suaves y flexibles. Y Manolo Rodríguez, cabeza visible del Ateneo de Ayamonte organizador de este encuentro de pintura al aire libre, se refugia en el cuerpo central del templo de San Francisco para dejar jugar su percepción de retablo mayor, con las atmosferas tan distintas que alimentan este edificio sustentado durante tantos siglos.
Una jornada, que conjuga de manera especial el desplazamiento de los pinceles con la ubicación de los colores, o los modelos arquitectónicos y las luces y sombras. Y así cuando el sol está en lo más alto y las campanas indican la hora en punto, los trabajos se van alineando poco a poco debajo de obras de Florencio, de Chenco o de Rafael Aguilera. Los caballetes se han recogiendo, así como los pinceles y los tubos de colores y el salón Atarazana, se dispone a servir de cobijo y de comedor para estos increíbles personajes, capaces de llevar espacios y tiempo a los lienzos de los más diversos tamaños.
La convocatoria ha llegado a su fin y la convivencia de los protagonistas marca el punto de inflexión de un domingo muy especial en la parte baja de nuestro Barrio de la Villa.