(Texto: Federico Soubrier) En mi mente, las neuronas últimamente funcionan como perros bodegueros, de aquí para allá sin centrarse mucho en nada, más pendientes de que salte algo para poder atraparlo que de la orogénesis del terreno.
El otro día, que me encontraba pescando, de pronto llegó uno característico, pequeño, blanco con sus manchas negras y las orejas caídas. Se sentó a mi vera unos segundos esperando a ver si le daba algo. Me llamó la atención ver que de su collar pendía una chapita azul con forma de hueso en la que tenía grabado un número de teléfono móvil. “Menudo pinta tienes que estar hecho” le dije, y de nuevo emprendió su incesante camino a lo largo de la pasarela del muelle, seguramente para “topografiarse” medio Mazagón mientras por alguna extraña razón me acordé del cuento de “La princesa y el guisante” de Andersen, promotor de tantas horas de entretenimiento o cápsulas de aquel dulce valium de cuentos que nuestros padres nos suministraban, seguramente cansados de un día eterno, con la intención de dormirnos y conseguir su merecido asueto.
La primera interpretación que se dio de esta historia exaltaba la exquisita sangre de la realeza, refinada y poco resistente, capaz de detectar un guisante bajo una ristra de colchones, tan diferente a la nuestra, la de los plebeyos, expresando que ellos, los del fluido azul, no se adaptan tan fácilmente a las circunstancias como nosotros, los que disfrutamos de un plácido descanso.
Ahora que la cosa ha cambiado tanto y el esfuerzo se centra en demostrar que las princesas no se enteran de nada de lo que pasa a su alrededor, a pesar de que tengan carreras y trabajen para la banca, yo disiento de aquella idea, pensando que duerme menos el que no sabe cómo va a tirar mañana, de qué manera buscará el desayuno para los suyos, cómo encontrará un nuevo trabajo teniendo ya una edad avanzada o a dónde irán a parar sus hijos cuando aquí no queda nada.
De nuevo, mis neuronas saltan y me leen el comentario de Rajoy diciendo “Pienso que soy un activo y me volveré a presentar a las elecciones”, que no puedo separar del de “Persona non grata” y responsable de un partido que, como el que fue su oposición, han sido y son la vergüenza del país y, a mi entender, no merecen ni un euro más de las subvenciones que usted y yo les pagamos para que entre unos y otros se hayan dilapidado media España.
A nuevo paseo de bodeguero me viene a la mente la imagen de Santa Rita, patrona congelada de los funcionarios. Me acuerdo de Valencia y pienso en el “No dimito porque soy decente” y a nosotros qué nos importa, si has elegido un grupo del que casi todos están imputados ya es razón suficiente para hacerlo mil veces, salvo que temas perder el traje de la superwoman del aforamiento y que te frían por fuera y por dentro. Supongo que no se hará extensible a todos estos honorables aquello de “Dime con quién andas y …”.
De nuevo saltan mis neuronas y ahora van a “Las mil y una noche” relato del que extraigo “Alí Babá”. Me quedo con meter a cada corrupto en una tinaja, de por vida, para que jamás pueda disfrutar de su paraíso fiscal a costa de una paupérrima condena, con la certeza de que nuestras leyes son una verdadera pena. La moraleja sería poco complicada. Si usted es una persona normal no se le ocurra robar, ya que el peso de la justicia lo va a machacar pero si es político, pertenece a la realeza o es banquero, haga lo que le salga de… por mucho que le caiga en la pena cuando salga le estará esperando su dinero fuera.
Sí, hay mal que cien años dure. “Estaos quietos puñeteros bodegueros, no es bueno pensar tanto mientras esta lacra perdure”.
Federico Soubrier García – Sociólogo y Escritor