Los andaluces. El producto interior bruto por ciudadano de Andalucía es el tercero más bajo de España. En esta carrera hacia la fatalidad, nuestra comunidad ocupa el tercer puesto de España, con una renta inferior a la media del estado. Si nos comparamos con nuestros vecinos madrileños, casi nos duplican. Desde luego, no es para estar contentos.
Si el PIB refleja los bienes y servicios que produce nuestra comunidad autónoma a lo largo de un año según el número de habitantes, es indiscutible que Madrid nos da para el pelo. La España húmeda y la España seca de las tradicionales lecciones de geografía de la niñez de este articulista se desentiende del criterio climático y se inserta en la calificación económica de la España rica y la España pobre o, si utilizamos el argot periodístico, en la subEspaña de velocidad renqueante o en la España del norte próspero y la España del sur en desarrollo.
La creencia –que comparto en cierta medida- de que el poder político es el principal responsable de la deriva económica de Andalucía se sostiene por su declarada incapacidad para despertar las potencialidades de nuestra región y para avivar el vigor de su población. La transición política desde la muerte del Franco no ha acelerado el paso económico. Servidor no cree que el frenazo en este campo tenga como causa exclusiva el mal llamado liderazgo del partido socialista en los últimos cuarenta años de nuestra historia. No es causa exclusiva pero sí causa importante. Al más puro estilo del Mediodía italiano. Si en cuatro décadas de democracia imperfecta, los dirigentes del Psoe no han sabido/podido/querido converger nuestro crecimiento económico con el del resto de España, qué pretenden conseguir defraudando nuestras expectativas cada vez que se convocan elecciones autonómicas o nacionales.
Qué han hecho con los miles de millones de euros que nos ha entregado la Unión Europea y con otros tantos capitales transferidos por el Estado español. Qué política activa de empleo se ha llevado a cabo con los impuestos de los andaluces. Qué atractivos fiscales se ofrecen a los consumidores y a los inversores. Hasta dónde y hasta cuándo se va a seguir hinchando la ya desmesuradamente gruesa administración pública. Por qué los andaluces pagamos impuestos, como el de sucesión, casi testimoniales en otras comunidades autónomas. Quién se atreverá a denunciar – y a poner fin- a la economía sumergida que ahoga casi el 30% de nuestro producto interior y que desincentiva la creación empresarial de riqueza.
En suma, por qué seguimos en el furgón de cola del tren decimonónico y nuestro avión del siglo XX no logra despegar. Si alguien quiere desvincular este retraso de la corrupción institucional, va listo. Desde los fraudulentos expedientes de regulación de empleo hasta los cursillitos millonarios de (de)formación, pasando por los invercarias y otros negocietes vergonzantes, el lastre es, además de muy pesado, imposible de superar.
No hay derecho a que la región más poblada y extensa de España sea la antepenúltima en renta per cápita y la primera en desempleo. No hay derecho. Una cosa es ser pobres. Cosa distinta es que se nos empobrezca.
Aquí existe la Ley del Pesebre, no es una ley física como la del famoso Péndulo de Foucold, pero si es una Ley económico-social adaptada sui generis a las necesidades de los gobernantes en Andalucía. Mal uso se hicieron, se hacen y se harán de los millones de euros de los fondos que nos vienen de Europa, mientras se siga aplicando a rajatabla la peculiar Ley del Pesebre (lismona por voto). De nuevo otro lamento como aquél que el poeta dirigiera a Fabio ante las ruinas de Itálica: «Qué se hicieron de aquellas…..» que deberíamos añadir «Ayudas europeas»…por qué se se acicalaron calles y fuentes y no se hicieron fábricas. El polvo y el barro volverá a ensuciar nuestros cada día más despoblados blancos pueblos andaluces.