(Texto: Juan Bautista Quintero Cartes) La cercanía de la canonización del beato Manuel González García, el Arcipreste de Huelva, así como de los cultos en honor de la Virgen de la Cinta y el traslado de su venerada imagen a la iglesia parroquial de la Purísima Concepción, dan plena actualidad a un documento del Archivo Diocesano de Huelva, en el que se refleja la impresión que la novena de la patrona de Huelva produjo en el nuevo párroco de San Pedro y arcipreste de Huelva en el año de su llegada a esta ciudad.
El documento es de 1905, de septiembre de aquel año, es decir de la primera novena que vivió el beato (que había llegado a Huelva en marzo) en honor de la Virgen de la Cinta, y que, desde finales del siglo XIX, después de su celebración, unas veces en la Merced (1886) y otras en la Concepción, se celebraba en la iglesia mayor de San Pedro, -como fue habitual hasta la creación de la diócesis onubense-y tal como lo describe Díaz Hierro en su “monumental” Historia de la devoción y culto a Nuestra Señora de la Cinta, Patrona de Huelva.
Pues bien, el beato Manuel González, en un oficio que envía al arzobispado de Sevilla, el 21 de septiembre, informa de la celebración de “una novena en honor de la Patrona hermosísima, con la Iglesia llena todas las noches, con una comunión general de 300 personas y con una procesión con S. D. M. la última noche por la plaza de San Pedro en la que iban más de 100 hombres con luces”. Hasta aquí la cita del documento. En efecto, hay varios elementos que llaman la atención del santo arcipreste: la cantidad de fieles asistentes, la comunión general y la procesión eucarística de finalización del novenario.
Por una parte, le llamó poderosamente la atención la asistencia al novenario. Hay que tener en cuenta que el nuevo párroco estaba previamente impresionado, en este caso negativamente, de la poca asistencia a la iglesia en una ciudad, entonces, de 20.000 habitantes. En este sentido, veamos lo qué decía Don Manuel en sus primeras impresiones sobre la vida religiosa de Huelva: “Se toca a Misa, y no sé si pasarían de tres mujeres las que oían las dos que salieron a la par. ¿Comuniones? Cero…-Aquí-me decía muy tranquilo el sacristán-, se acostumbra poco eso. ¡Dios mío! ¡Una Parroquia de veinte mil almas sin una Comunión diaria!” (Campos Giles, J. El obispo del sagrario abandonado, página 59). Las comuniones, el hecho de que la Comunión general llegara al número de 300, también le provoca contento, sobre todo teniendo en cuenta lo que estaba viviendo cotidianamente. No hacía mucho tiempo, antes de venir a Huelva, le había decepcionado la falta de comuniones en algunos cultos patronales en los que había predicado (Aunque todos…yo no, 11 ed. Pp.13-16). Y, por último, le asombró la asistencia devota a la procesión con el Santísimo Sacramento por la plaza de San Pedro con que se daba fin al novenario, por el número de hombres que portaban cirios alumbrando al Santísimo. Esto sería por la realidad de los “respetos humanos” con que se encontraban los hombres para hacer pública su fe en un contexto muy secularizado o, al menos, muy desacralizado, como era el de la Huelva de aquellos años.
Pronto podremos llamar santo al beato Manuel González, un sacerdote de Jesucristo (y después obispo de Málaga y Palencia) que pasó haciendo el bien por esta tierra, que amó mucho al Corazón de Jesús y a la Eucaristía, que fue muy devoto de María, la Madre Inmaculada. La devoción del pueblo onubense por su patrona le llamó positivamente la atención, cómo con motivo de su novenario la gente se acercaba a Jesús Eucaristía. Con respecto a las comuniones, porque él estaba convencido de que “El Jesús que entra por mi boca viene vestido de la carne y la sangre purísimas que le dio mi misma Madre, y en su boca, ¡ha depositado Ella tantos besos…!” (Mi comunión de María” 13 ed. P. 166).
La procesión eucarística, con la que se concluía hasta hace bien poco el novenario, ya se hacía en 1905, era la expresión más clara de cómo María lleva a Jesús. Este final de triunfo de Cristo le lleva a expresar, en la carta o documento de referencia en el que se basa este artículo, su agradecimiento: “¡Gracias al Señor!”. Y concluye diciendo que “el Domingo tendremos gran fiesta; se trasladará la Patrona a su santuario y se tienen preparadas 500 raciones de comida para los chiquillos del catecismo allí mismo”. No podía pedir más el beato Manuel González. A la piedad eucarística y mariana se unía en este caso el ejercicio de la caridad, como la mejor expresión del amor de Cristo. Más tarde, cuando ya hubo organizado los “Ángeles de la Parroquia”, con mujeres y jóvenes que le ayudaban en el apostolado parroquial, los primeros frutos se notaron en la asistencia a la celebración de los cultos parroquiales, entre ellos a la novena de la patrona (Apostolados menudos, p. 138).
En definitiva, este documento del archivo de la diócesis onubense, que se encuentra en los asuntos de gobierno de la parroquia de San Pedro, no es sino un testimonio más de la devoción cintera de Huelva, en este caso, además, un precioso testimonio de un sacerdote santo, Don Manuel González, el Arcipreste de Huelva, ya para siempre unido a la historia de esta ciudad y a la de la devoción a su patrona. Se une así este testimonio a otros ya recogidos por Díaz Hierro, en los que queda patente cómo el novenario se hacía en ocasiones después de la fiesta del 8 de septiembre. En conclusión, lo importante, más que las fechas o las costumbres distintas, es que se refleja cómo en las expresiones de la piedad popular a la Virgen de la Cinta siempre se termina mostrando lo más profundo de la devoción mariana: que lleva a los fieles a su unión con Jesucristo. No pretendía otra cosa el beato Manuel González, que quería ser fiel a aquella vocación específica que había descubierto en el Sagrario de Palomares del Rio: “Ser cura de un Pueblo que no quisiera a Jesucristo, para quererlo yo por todo el pueblo (…) Servirle de pies para llevarlo a donde lo deseen, de manos para dar limosna en su nombre, aun a los que no quieren, de boca para hablar de Él y consolar por él y gritar a favor de Él cuando se empeñen en no oírlo…hasta que lo oigan y lo sigan…” (Aunque todos…yo no, pp. 17-23). Más tarde, cinco años después de este documento, con el mismo espíritu que denota la última cita, en el Sagrario de la Parroquia Mayor de San Pedro, el beato fundará las Marías de los Sagrarios.
La Eucaristía, la Virgen de la Cinta, el beato Manuel González, los pobres, etc…, todos jalones de la historia de Huelva, esta querida y vieja Onuba que, desde antiguo, entre sus cabezos, venera a la Virgen Chiquita, como le enseñaron sus padres y abuelos a los onubenses, como les enseñó también el Arcipreste de Huelva, al que dentro de poco podremos llamar San Manuel González.