Efectivamente, todos tenemos la excusa de que si no nos llega la suerte en el juego lo hará en fantásticos amoríos y al que le vaya bien con la fortuna será un desgraciado en cuanto a temas de pareja se refiere.
También podemos encontrar la justificación, sobre todo hoy día del sorteo de la lotería nacional de Navidad en que si no nos toca el premio, nos habrá tocado salud. Un poco tonto, pero al fin y al cabo otra justificación.
Desde el punto de vista sociológico el participar en este juego, que por cierto es uno de los que oferta premios más bajos a los afortunados, está basado en dos enfoques, uno, el tradicional de compartir números de otras provincias o lugares con familiares, intercambiando participaciones, y otro, que considero casi más fundamental, el que le pueda tocar a las personas que trabajan contigo o acuden a los mismos lugares públicos. Digamos que, esa envidia anticipada y evitada para curarnos en salud, nos obliga a hacer inversiones en algunos casos desmesuradas.
Recuerdo que cuando trabajaba en el Instituto Nacional de Investigación Aeroespacial, periodo que se prolongó durante veintiún años, todos comprábamos el número de la empresa, el de los buzos que venían a algunas operaciones especiales, el que traían los pilotos de helicóptero de la base de Granada, el de la Guardia Civil de la zona, las participaciones de todos y cada uno de los trabajadores foráneos que llegaban de varios puntos del territorio nacional, curiosamente jamás nos tocó nada.
Parecía mentira que cuando se revisaban los billetes mirando la amplia sábana de la doble página por ambas caras del periódico plagada de cifras por delante y por detrás no coincidiese ningún número del taco que habías ido consiguiendo a lo largo del otoño, porque entonces no se vendían en verano, con los interminables allí impresos.
Si bien es cierto que este evento saca a la luz la mutua confianza que se tiene con los amigos y ellos contigo, ya que no importa quién se quede con los originales, también aflora el afán recaudatorio de un gobierno que se queda con una quinta parte de los premios más considerables, teniendo asegurado de antemano que su parte de la tajada será fija, más los impuestos que se llevará después con lo que compremos. No es mal negocio.
Sería imposible calcular la cantidad de dinero negro que se ha blanqueado pagando más del doble al poseedor de un billete agraciado, pero este siempre será un modelo de corrupción permitida y difícilmente perseguible.
Tampoco es aconsejable hacer estimaciones de cuánto empleamos a lo largo de nuestras vidas para participar en estos menesteres, utilizando una hucha al efecto tendríamos inapelablemente como premio, capital para comprar un coche nuevo… Pero, ¿y si le toca a nuestros conocidos y a nosotros no? ¡Menuda faena!
El caso es que, aun a sabiendas de que casi todos los afortunados siguen trabajando al año siguiente, les deseo que la romana y mitológica diosa Fortuna visite sus hogares y puedan ser ustedes un poco más felices, o al menos, estar un pelín más desahogados… Sinceramente, toda la suerte del mundo y que el rey Midas les toque en el hombro.
Vayamos preparando nuestros billetes que a día de hoy casi todos revisaremos a través de internet, por eso de las prisas… El tiempo sí que es oro.
Federico Soubrier García
Sociólogo y Escritor