(Texto: Juan Andivia Gómez) Reconozcámoslo: todos estamos ya un poco hartos de los wasap. Lo que era y es una forma ágil de comunicarse se convierte a veces en lo que nos despierta, nos distrae, nos molesta y si no abandonamos algunos grupos es por cortesía con quienes nos incluyeron.
Para muchas personas representan la vida y la conexión con el mundo; pero para otras, el penúltimo tributo de la modernidad.
Los chistes también cansan, pero los más peligrosos son, para mí, los usuarios que ya eran procaces en sus palabras, que después lo fueron en las presentaciones de los correos electrónicos y, ahora, se desparraman y disfrutan con los mensajitos y las imágenes: No filtran, no piensan que esas barbaridades, casi siempre infundadas y productos de internautas ociosos, pueden herir; no calibran tu ideología o tus creencias; y perforan tus sentimientos con la ingenua o quizá la oscura intención de hacerte cambiar.
Cualquier estamento, persona o situación es objeto del escarnio; cualquiera necesidad, dolencia o satisfacción, diana de la mofa; porque no se trata de compartir (como se llama) algo que nos hace gracia, que nos impacta o que define lo que nos gusta, sino de enredarse en lo más visto (viral, bien nombrado, porque de un contagio se trata) para decirte un hola virtual, repleto de pensamientos. Y ahí está el problema.
Quienes opinamos que asegurar que no se tiene ideología es certificarla encontramos en estos supuestos amigos el germen de los Wilders, Le Pen o el lamentablemente famoso DTrump, por no retrotraernos a los años treinta: Hay que acabar con los políticos y sus privilegios, cada uno de ellos tiene un pasado que lo inhabilita, las elecciones y los sindicatos no sirven para nada y otras lindezas por el estilo.
No son analfabetos, pero insisten en desautorizar todo el entramado participativo y no reparan en si la democracia debe ser popular o representativa, si los contratos o las viviendas deben permitir una vida digna, si la justicia debe tener más medios; sino exactamente al revés, propugnan una sociedad sin políticos, liberal en su peor acepción, ejemplar en las condenas y sin posibilidad de reinserción, antigua, anacrónica, desencantada y sin confianza en el género humano.
Son inconscientes o malvados, creen estar en posesión de una verdad y saben que están haciendo proselitismo, o lo parece.
Que soy exagerado, que generalizo, pues sí, como si esto se tratara de un enorme mensaje de wasap, como si alguna generalización fuera cierta, que ya sabemos que no lo es ninguna, ni siquiera esta; pero, al menos, yo no intento convencer a nadie y, como si de una carta a mano y con pluma se tratara, pienso en el receptor y en lo que le estoy diciendo; siempre.