(Texto: Federico Soubrier) Sin duda se está creando un malestar que tal vez esté empezando a crear un poco de miedo, ese que se genera en una población, la de sangre roja, que atisba a comprender que la justicia tiende a ejecutarse de una manera que ya demasiadas veces podemos considerar desproporcionada según, cómo y a quién se aplica.
Seguro que es de mal gusto colgar en las redes chistes sobre el genocidio o en último caso sobre el general Carrero Blanco, pero coincido con la nieta de este último en que un año de cárcel por semejante estupidez raya en la incomprensión popular.
Si se considera que los comentarios son excesivos o fuera de lugar, ya sería una buena pena el entonar el “mea culpa” públicamente y acatar cualquier tipo de sanción monetaria que indemnice a los afectados, pero ¡por Dios! una pena de cárcel no procede, esto es pasarse tres pueblos.
Si a cualquier necesitado se le ocurre utilizar una tarjeta de crédito que se ha encontrado y realizar un gasto mínimo para cubrir las necesidades de sus hijos, se le condena más que a los corruptos del hit parade nacional, que se han ventilado miles de millones del fondo público, aquí sería fácil pensar o que falla la justicia, o lo hacen los jueces o algo va mal.
Esto viene a ser al final algo así como lo que sucede en las catástrofes en las que la administración se queda más tranquila si se puede demostrar que el error ha sido humano y no del sistema, al final lo que menos importan son los damnificados.
Tal vez, enconado en el epicentro de estas actuaciones se encontrará escondido el fin de que los medios y los que contribuyendo al devenir social intentamos plasmar nuestras opiniones públicamente con el mero objetivo de hacer meditar a los que estén de acuerdo con nosotros o a nuestros detractores para que nos critiquen más denodadamente nos planteemos dejar de hacerlo, ya que quizá no valga la pena buscarte un lío por exponer lo que puedes discutir en una tertulia de esas gratificantes en las que siempre se aprende algo.
Está más que demostrado que los españoles somos sumisos, acatamos, acatamos y en ello andamos.
El motín de Esquilache, que en realidad se desató por la subida del precio del pan, tuvo como justificación el descontento del pueblo por querer ser vestido a la europea alegando cuestiones de seguridad, no sé si volverá a pasar algún día algo parecido porque ya nos tienen hartos, lo que sí sé es sobre el miedo que también nos quieren meter con una guerra con los ingleses por culpa de Gibraltar, supongo que el magnífico Gila corroboraría que si nos atacan a la hora de la siesta no nos defenderemos hasta la hora de su té, a la que ya nos hemos levantado para mear y los pillaremos en…