(Texto: Juan Andivia Gómez) Bertold Brecht escribió el poema “Malos tiempos para la lírica” en 1939 y, en los años ochenta, el grupo “Golpes Bajos” compuso una canción con el mismo título. En realidad, ni uno ni otro aludían únicamente a la lírica, sino a cualquier creación estética anulada por las penalidades de lo cotidiano.
Pero las cosas no han cambiado; es más, nunca han sido buenos tiempos, aunque en épocas de menor potencial informativo la ignorancia buscada haya sido más fácil.
Sin enumerar los acontecimientos que cada día nos avergüenzan, atemorizan o amargan, tampoco hoy parece buen tiempo para las líricas, aunque sigan siendo casi siempre nuestro único refugio.
Mi percepción es que el ser humano se crea a sí mismo, se renueva y crece entre las adversidades propias y sociales y avanza inexorablemente como si fuese este su único destino (en la acepción clásica de fuerza que obra irresistible sobre el ser humano). Y así sigue sobreviviendo a guerras, hambrunas y desastres.
En el siglo XIV, Europa sucumbió ante la peste negra. Además de la pérdidas de vidas humanas, la economía, que se basaba nada más que en lo agrario, en una actividad comercial incipiente y en el comercio, quedó casi colapsada. Los ricos (feudales) fueron menos ricos; los pobres, empobrecieron y muchos murieron.
Entonces, en nuestra península, que era pronto para hablar de España, las guerras continuas impedían el desarrollo normal de las actividades comerciales y el gasto que originaban llevó a la quiebra a bastantes familias e incluso al reino de Mallorca, en 1405.
La guerra europea de los treinta años también nos afectó con epidemias y muchos impuestos para financiar la expansión colonialista, que duró hasta mediados del diecisiete, cuando se firmó el tratado de Westfalia.
El siglo diecinueve fue convulso: la guerra de la independencia, bancas que quebraron y la depresión del 98; y en el veinte, la crisis del 29, la segunda república, la guerra civil y la posguerra. Y la del petróleo, Marruecos, el ocaso de la dictadura y la transición.
De todo se ha salido, aunque siempre han sido los mismos quienes se han quedado en el camino.
Como en cualquier crisis (y vemos que han sido muchas) los poderosos continuaron y los humildes se hundieron. En la lista de indignidades, hay que añadir para el siglo veintiuno la corrupción y las desigualdades.
Parece que es tiempo de dejar el temor que que las estructuras caigan (que, al final, no caen) e intentar cambiarlas, para que todos nos salvemos.
O todos o ninguno, también de Bertold Brecht, por cierto.