(Texto: Juan Andivia) Confiar, lo que se dice confiar se está poniendo difícil. Vean el soldado Sánchez diciendo Diego donde dijo nación, el hombre más poderoso del mundo elegido entre los americanos más tontos, el cura que sí puso o no puso la mano donde la puso, el honorable que abrió el bolsillo, la madre superiora que parlaba catalá, la infanta que se convirtió en bebé, la salvadora del partido, salvándose a ella misma, el estado moderno comulgando con pasos de molino, casetas de feria y aparcamiento libre los días de partido o de toros, la filosofía olvidada en el sur, los pactos educativos en los tejados del congreso, junto al solárium, los garzones renaciendo o hundiéndose, según se sea juez o comunista, la esperanza de los madriles callada, el autónomo que quiere mejor educación, con los mismos maestros que él insulta, las mamás que hacen puente, la industria del cine que sobrevive, el cambio climático que decían que no era, la crisis que existe y que se pasa, según aseguran; y nosotros, los escribidores, viviendo de la no escritura.
Confiar es lo que hicieron los santos de cualquier confesión, lo que deberían hacer los hijos con sus padres, lo que arreglaría muchas cosas si para empezar dijéramos Creo que lo vas a hacer bien.
No me fiaría yo de quienes dijeron hace años que la juventud estaba corrompida, porque aquellos que fumaban y practicaban el amor libre (como si existiera otra clase de amor) y no sabían nada de nada son los mismos que ahora les están curando de sus achaques viejunos; ni de quienes vaticinaron un siglo venidero sin cultura (la de ellos), porque, aunque no sean los tiempos mejores, aún quedan lugares y ciudades donde se aprende con solo pasear.
Pues quizá porque he vivido la época de unos melenudos de Liverpool, “que no eran nadie” y hoy representan lo que representan; de unos escritores de tantas épocas y países silenciados por sus gobiernos absurdos; de muchos científicos que se fueron al extranjero para salvarnos nuestras vidas; y porque he sobrevivido a siete leyes de educación y no ha dejado de haber cirujanos, pilotos, arquitectas, empresarios y agricultores y buena gente que tiene sus ideas claras y hacen felices a sus demás, quizá por todo esto y más, yo sí confío, especialmente en la juventud, con sus incertidumbres y sus fortalezas, con sus errores y con su preparación académica, a pesar de quienes confunden las ideas con la formación, con la religión o con ambas.