(Texto: Juan Andivia Gómez) Mi amigo Juanjosé Pallarés ha organizado una reunión de los alumnos (y aquí se usará siempre el masculino porque no había alumnas) de quienes estudiamos el bachillerato en el Colegio Colón de los HH. Maristas de Huelva en los años 1967-69. Una vez creado el grupo de wasap, que parecía preceptivo, nos encontramos con que no nos conocíamos, primero porque los nombres salían abreviados y, después, ay, “tempus fugit”, porque no nos recordábamos.
Las fotos de 5º y 6º de bachiller nos representaban con edades de los quince a los diecisiete; y mejor no calcular el tiempo que ha pasado.
Así que empezamos a mandar fotos de la actualidad. Con gran prudencia, intentamos buscar el correspondiente de la foto de grupo y, probablemente, todos pensamos que los demás habían envejecido peor: Ocurre con los encuentros de las promociones universitarias, a los veinte años y partiendo ya de la adultez, pues este caso tenía notables diferencias.
Pero no era cierto que nos entristeciera esa mocedad perdida, porque como cuando un dolor pequeño se disimula con otro mayor, la verdadera tristeza era comprobar que no estaban Paco, ni Manolo, ni José María, por citar tres; o que no sabíamos nada de tal o de cual.
La alegría grande también existía: comprobar que algo nos seguía uniendo todavía.
Algo nos une, sí, las anécdotas, los profesores y sus motes, las fiestas del colegio (pocas) y las de afuera, el paisaje de la calle San Andrés, las celebraciones, los partidos de baloncesto, la misteriosa vida de los internos, alguna excursión, las vidrieras del colegio nuevo, el hermano que nos ayudó, o el que nos caía mal (aunque tras casi cincuenta años, todos nos caen bien: la nostalgia hace estas cosas). Y la juventud, esa que no se acaba nunca, la de la memoria.
El tiempo pasado es mejor por eso, por pasado y, en nuestro caso, porque nos situamos en la época en que corríamos, deseábamos, soñábamos, dudábamos, queríamos a y con, y éramos sobre todo futuro.
En muchos casos, y como escribiera el componente de esta generación Juanantonio Guzmán, “No fuimos lo pensado” (título de uno de sus libros de poemas), pero nos va a dar lo mismo, lo importante es vernos, bromearnos, retrotraer el tiempo y creer que estamos de nuevo empujándonos en las filas para subir a clase, sacando alguna chuletilla, o regañados por el Hermano Prefecto.
No importará quién ha llegado más lejos, quién es quién en la actualidad, sino que compartiremos la felicidad de un instante, que es la única que existe, porque hemos descubierto que teníamos una gran excusa: la añoranza.