(Texto: Javier Berrio) Como contemplado desde algún punto de vista, todo es sueño, mi empeño general en no entrar en asuntos políticos, por puro egoicos que son, y no mediar en las componendas sistémicas ni en el Estado español ni en el mundo en general. No obstante, pienso que llevado sensatamente y desde la misma consciencia, Andalucía podría ser clave en una nueva forma de compromiso social aún dentro del sueño, de ahí la redacción de este artículo y de otros de la misma referencia.
Lo primero es preguntarme para qué el empeño de grupos antiguos y otros de nueva eclosión en pretender una Andalucía con raíces en la época musulmana. Hablo de organizaciones nacionalistas y otras independentistas, muy minoritarias pero que si supiesen, podrían formar un núcleo emancipador pero, desgraciadamente, calco del sistema actual de esclavización de los ciudadanos. No sé qué pretenden ni en qué sueñan, máxime en un momento en el que el islam radical está dando auténticos problemas mundiales e, incluso el moderado sueña, con la recuperación del Al-Andalus. En ese sentido, habrá que recordar que esa denominación no se refiere a Andalucía, sino a la península en general y a cierta parte minúscula de Francia también.
Aquellos que se quieren beneficiar del Califato de Córdoba como primera entidad política andaluza, tampoco deben olvidar que se trababa de un territorio más amplio que el de la actual Andalucía. En ese sentido, no quiero pensar que algunos tengan la intención de hacer futuras reivindicaciones territoriales del tipo de Els Països catalans.
Al igual que el aquí y ahora de cada individuo, Andalucía, como conjunto nacional que es, tiene el suyo propio, claramente europeo, con sus raíces humanistas clásicas y de formación judeo-cristiana. Además, la población es heredera directa de la llamada repoblación de los reinos cristianos del norte, por lo que somos sus descendientes aunque nada nos comprometa con ellos y mucho menos con los antiguos ocupantes musulmanes. Se podría decir que al ser Andalucía un país de aluvión para tantas y tan diferentes culturas, ha dado como resultado el actual tipo andaluz. Andalucía como tal ha de partir de esta realidad social y confiar en un proceso madurativo suficiente como para alcanzar saltos evolutivos que eliciten un sistema superador del antiguo existente y hoy de orden mundial.
Ese, que es un asunto para desarrollo posterior en otro artículo, es el único proceso emancipador que sería digno de ser tenido en cuenta por los andaluces y que habría de abarcar, desde la consciencia de al menos sus líderes, el desarrollo de la reforma radical educativa, la modernización plena del agro, la industrialización del país y la profundización en las raíces humanistas y cívicas de la sociedad. Cualquier otra cosa está llamada nuevamente al fracaso por lo que tiene de reproducción de las estructuras y mentalidad del sistema, ese algo cansino que nos mantiene dando vueltas en la rueda del hamster.