(Texto: Paco Velasco) Los chistes de los comunistas resumen, con ingenio, la esencia del comunismo. Todo se distribuye menos mis monedas.
El señor Zapata, ese varón que reducía a cenizas –una broma decía el impresentable- a millones de judíos víctimas del holocausto nazi, no se ha enterado de que nació libre, responsable y sin excusas. El gran podemita no es sino un pequeñito burgués que hace lo que quiere porque no quiere lo que hace. El hombre quiere ser rico y no quiere ser, ni hacer de, pobre. Al cabo, como refería el incomparable Sartre, un hombre no es otra cosa que lo que hace de sí mismo. En este caso, un vaina, en la acepción más naturalmente coloquial de la palabra.
El alborotador Zapata se ha puesto serio. Política y demagogia, la que se quiera. Dinero, no. Eso es exclusivo. El zapatiesta sostiene que él no está inscrito en Podemos. Que a fuer de auténtico, no suelta un par de euros para que la banda de Monedero se lo cepille en fuegos fatuos venezolanos.
Si alguien se creyó alguna vez el mantra de la primacía moral de las izquierdas, abra los ojos ahora o ciérrelos para siempre. Si el niño Iglesias no triplica el patrimonio de la clase obrera a la que dice defender, venga Hacienda y nos lo muestre.
No se puede engañar siempre a todos. Ferreras, el de la seis, y Ruiz, el del cuatro, lo intentan. Pero las audiencias cantan lo contrario. En cuanto a los de Podemos y asociados, basta ver las encuestas.
En definitiva, el zapatiesta de Zapata no ha venido sino a mostrar la falsedad de las vidas de algunos de sus conmilitones. Incluida Carmena, por supuesto. Y es que todos se afanan en aumentar sus bienes en vez de aplacar su sed de codicia.