(Texto: Juan Andivia Gómez) Lamentablemente, anoche recibí, junto a las esteladas con crespones, el amargo y supuesto chiste que, justa e innecesariamente, se han labrado los nacionalistas cerriles de Cataluña. Ni repetirlos, ni recordarlos quiero.
Nuestros hermanos catalanes han sufrido un atentado terrible; y la gente de bien debe estar consternada. No hay más. Quien lo aprovecha para el wasap ofensivo y la gracia sin gracia debería pensárselo antes, porque el ataque no ha sido en un lugar ajeno (y no me refiero al territorio), sino a quienes allí viven, a quienes allí estaban (aun alemanes y belgas), a quienes allí tienen familia, a quienes tenemos amigos, a quienes vivimos en la misma diana, calculada grosso modo.
Los asesinos lo han sido contra Occidente, Europa, el capitalismo, las mujeres sin velo, el alcohol, la ignorancia del Islam, la playa, las terrazas de verano, los escotes y la Semana Santa; se quiera o no, han ido contra usted lectora y contra mí, contra todos los que vivimos por aquí; y es una estrechez impropia de seres civilizados creer que sólo han atacado unos metros cuadrados de las Ramblas.
Por eso, hay que lamentarse y temer; lo primero por las víctimas y el caos; y, lo segundo, porque los mismos objetivos los tenemos aquí, a nuestro lado, en nuestro barrio o nuestra ciudad. Decir que hoy catalanes somos todos es una gran verdad y me apena pensar que alguien no pueda suscribirlo.
No valen excusas a la recíproca, que si hubiera ocurrido en otra parte de España y estupideces similares, porque son falsas, ya nos ha ocurrido y a todos.
En mi desolación, mis amigos Warwick y Robin, desde Australia me mandan este mensaje, que les agradezco, a la una y media de nuestra madrugada: “Hola Juan: Horrible noticia la de Barcelona. Nuestros pensamientos están con todos ustedes en España. Un abrazo”. ¿No es absurdo que quienes están a más de diecisiete mil kilómetros comprendan mejor la magnitud de la tragedia que los habitantes de la provincia de Zaragoza, por ejemplo?
Verán, estos sucesos, como los que son verdaderamente graves, demuestran la madurez de las personas y las comunidades. Pues, a ver si nos hacemos mayores de una maldita vez (puede sustituirse el adjetivo).