(Texto: Paco Velasco) Oriol es el primo con cara de bueno del fallecido –políticamente hablando- Carod Rovira. El segundo, de profesión facha dialéctico. Nuestro héroe de hoy, blando curita político.
Oriol pasa por historiador pero vive, y bien, del lobby independentista. Le ocurre como al clérigo bizarro y casquivano que utiliza el púlpito para adoctrinar a los fieles en el temor a la lujuria, a la espera de desvestirse de la ropa talar para acudir, raudo, al lupanar del pueblo de al lado.
Mosén Junqueras es una mezcolanza curiosa de aparente ciudadano discreto, de sacerdote católico a la usanza de los Borgia y, sobre todo, de mercader bajomedieval que practica la usura al más rancio estilo Shylock que retratara magistralmente Shakespeare en el Mercader de Venecia.
Shylock Oriol presta independencia catalana con dinero español. Odia a España porque reclama el pecunio financiado. Muere de indigestión mientras contempla la muerte por hambre de sus vecinos cristianos. Es de los que afirma que la reputación es el agobio de los tontos pero él no se desprende de la máscara carnavalera de los ricos. El hombre representa su papel segundón en la tragedia de los convergentes Pujol, Mas y Puigdemont al tiempo que materializa su coyunda ideologizante con las cuperas del odio.
Es su papel. Su rol y su rollo. Su interpretación miserable de un cólico miserere. Protagoniza la acción más vergonzante de un político desde Tejero. Este fue un fascista estúpido. Nuestro mosén Junqueras, un indecente racista antiespañol, como Sabino Arana. Tejero no tuvo reparos en asaltar el Congreso por la fuerza de las armas. El padre Oriol se esconde tras los niños y los menores para no soltar el bocado que le lleve a la muerte. Propagandista sin escrúpulos, como Shylock, que esconde su alma nazi “sota” la cara de santo.
La historia de Shylock va a golpear a Mosén Junqueras. Y su final puede repetirse. Ojalá que sí.