(Texto: Federico Soubrier) Recientemente, en un partido de futbol celebrado entre el primer clasificado y el colista de los alevines, los adultos presentes, implicados en el evento deportivo o no, permitieron que el resultado final llegase a posicionarse en 47 a cero.
Teniendo en cuenta que estos niños rondan los once años, considero que permitir este suceso promueve una humillación que puede llegar a ser traumática para críos que solo buscan en el deporte una actividad física y sobre todo social, amén de imitar a sus ídolos.
He presenciado algunos partidos de este tipo y, muchos padres, demasiados, adquieren un comportamiento de energúmenos que da pena y vergüenza ajena por sus hijos. Unos consideran que es una buena inversión por si el niño despunta y otros pretenden suplir lo que no fueron capaces de conseguir ellos mismos, perdiendo los papeles hasta un grado sin igual.
La normativa no debería permitir sobrepasar una diferencia de seis o siete goles y, a partir de ahí, finalizar el partido y dedicarse a entretenimientos como tandas de penaltis o algo así.
Recuerdo que en Madrid, con unos siete años, los críos del barrio fuimos a jugar con otro aledaño. Ellos llevaban equipación completa (azul, no lo he olvidado), nosotros ni botas, y por supuesto tampoco entrenador, aquél no paraba de gritar. Nos dieron la del tigre 11-0, nuestra técnica sí que andaba por cero patatero, solo pateábamos hacia la portería contraria una y otra vez sin llegar a ella jamás. De vuelta a casa, nos encontramos un grupo de chavales como nosotros, jugando en una era, en vez de porterías, piedras o camisetas amontonadas, entonces si lo pasamos bien, e incluso hicimos amigos, del resultado no me acuerdo pero aquí fue lo de menos, echamos un buen rato, nunca he olvidado ni lo uno ni lo otro.
A esa edad, cuando me enteré que jugaban extranjeros en el Real Madrid mi interés por el futbol se esfumó, ¿cómo podía un yugoslavo representar a mi provincia? Aquello ya solo era cuestión de dinero, si compras a los mejores es más fácil ganar. No imagino que en las olimpiadas de Atenas los griegos contratasen a un keniata para correr en su nombre.
Respeto a los aficionados pero considero que el deporte se ha convertido en un negocio en el que aún admiro a los canteranos.
Si nuestros críos juegan con normativas y presencias de tarados, mal futuro les estamos generando.