(Texto: Federico Soubrier) Partiendo de la definición de Aristóteles en la que nos explica que la virtud es la «disposición voluntaria adquirida dirigida por la razón que consiste en el término medio entre dos vicios», se me antoja algo curioso que tenga que existir vicio para que emane virtud.
Me planteo si entre ser corrupto o ser Teresa de Calcuta, que a la postre ser buenísimo no dejaría de ser otro vicio, andaría el término medio al que deberíamos optar.
Entiendo que el filósofo no se referiría al sector intermedio entre dos cuestiones diferentes reprobables moralmente; más bien pienso que sería algo como que no es bueno ser un fanático ni un pasota. De hecho los griegos denominaban idiota a los que no tenían interés político o público, solo se preocupaban de ellos mismos, y es de entender que alguien que no se involucra en algo, que a la postre le afecta, no debe andar muy bien de la cabeza.
Las eléctricas por ejemplo, que lo tienen todo, podrían no desvelarse porque nos son imprescindibles, pero les interesa mucho la política, tanto que nutren sus consejos de políticos que les han sido fieles para que las generaciones venideras lo sigan haciendo.
Si eres rico o eres pobre y pasas de lo público está claro que eres idiota. En las últimas elecciones generales no votaron aproximadamente un treinta por ciento de los censados, y así nos va.
La derecha en el aspecto de votar tiene un sentido más paramilitar, voto sí o sí, y la izquierda lo tiene hippy, si puedo me paso, pero total para qué.
Dejando a un lado a Aristóteles me despido con mi frase preferida del genial Fiódor Dostoievski, al menos, a mí, me da mucho que pensar, “Es muy fácil vivir haciendo el tonto. De haberlo sabido antes me habría declarado idiota desde mi juventud, y puede que a estas fechas hasta fuera más inteligente. Pero quise tener ingenio demasiado pronto, y heme aquí ahora hecho un imbécil”.