(Texto: Juan Andivia) Puede admitirse que una emisora o un canal de televisión persiga el entretenimiento, antes que la formación; se puede entender, aunque a mí no me guste que, si el medio es privado, lo primordial sea hacer caja, incluso arrojando la casquería a los ojos; parece normal alternar la insulsa información deportiva con la truculencia, pero que un medio público contribuya a la ignorancia con tal de tener contentos a sus consumidores, me parece indignante y anticultural: Hablo de Canal Sur.
Por las tardes, los espectadores añosos, sin otros recursos y sin pareja acuden ante el prestidigitador y medio que les hace creer que el amor es únicamente compañía y que la soledad es muy mala. El público asistente aplaude tras un almuerzo y unas horas de cámara y los protagonistas siguen el compás, contando sus miserias del pasado y las urgencias del presente.
Lo bueno del programa es que siempre hay un roto para un descosido y, libremente, quienes lo eligen no pueden llamarse a engaño. Toda la tercera y cuarta edad de Andalucía no es iletrada, así que quien no lo es ya sabrá cómo entretenerse.
Pero lo que me hace denunciar ahora el mal uso del pecunio y, sobre todo, del tiempo es un espacio radiofónico del domingo, creo. Lo oí mientras pude y quizá en algún momento posterior dejaran mis quejas sin motivo, pero no resistí tanto tiempo.
Se trataba (o se trata) del léxico andaluz, pues muy bien; se invitó a un profesor, perfecto; se rescataron términos en desuso y localismos; y se les dio la palabra a los oyentes. Y ahí estuvo el problema: nadie explicó que mientras avenate, engolliparse o retortero, siendo muy nuestras, son también castellanas; o que tragantá, remear y patochá son pérdidas de consonantes finales o intervocálicas; o que trochería es palabra onubense y gañafote es un lusismo, nadie aclaró que todos los usos no son hallazgos y que todas las ocurrencias no son dignas de celebración.
Cuando un señor llama a la radio y aporta “escarranchá” habría que explicarle que eso se dice en cualquier sitio que omita la consonante final y alargue la vocal, tras agradecerle su interés e intervención; de la misma manera, la forma de llamar la abuela al puchero, o la singular expresión de aquel carretero no tienen por qué ser palabras andaluzas, ni hay que investigar sobre ellas y no merecen ser rescatadas. Como en todas las hablas, existe un léxico culto y otro vulgar, pero esto no quiere decir que confundamos ambos y le otorguemos una consideración idéntica.
Seguimos sin enterarnos de que si bien las características de las hablas andaluzas son tan respetables como las de cualquier otra modalidad lingüística o variedad del español, las personas que hablan mal, lo hacen siendo castellanas, murcianas o andaluzas. Y las que lo hablan bien también pueden ser de cualquier rincón de las Españas (las de antes y las de ahora).
Que los programas se hagan entre todos está muy bien, pero entonces no lleven a entendidos, porque si éste ceja en sus funciones de imponer lo que ya es norma o ciencia, entonces volveremos a los debates de todos los medios en los que cualquiera sabe más que cualquiera, independientemente de cuál sea su formación.