(Texto: Federico Soubrier) Esta sociedad no deja de asombrarme. Ahora resulta que algunas inmobiliarias se dedican a gestionar la venta de los pisos bicho, que son aquellos que llevan incluido a un residente, persona que no se puede echar ya que posee un contrato de alquiler habitualmente de renta baja que podemos considerar histórico.
Evidentemente quien desee comprar la vivienda debe tener en cuenta la edad del ocupa legal, normalmente entre setenta y noventa años, y calcular según la estimación de esperanza de vida, unos ochenta y cinco años para la mujer y ochenta para los hombres, cuánto tiempo tardará en morirse para que se revalorice la vivienda o poder ocuparla.
Lo normal es que el adquiriente, que desde el momento del trato tiene que hacerse cargo del mantenimiento del mobiliario e inmueble, esté deseando que el susodicho muera o sea ingresado de por vida en residencias u hospitales.
No me extrañaría que se comenzasen a impartir cursos de vudú y subiesen de precio las cajas de alfileres.
Podría darse el caso de que el comprador muriese antes que el residente y si tuviese cinco hijos, estos heredasen un veinte por ciento de la casa con su pedacito de anciano pertinente.
Toda esta sinrazón me recuerda aquel chiste que termina con el médico indagando en el culo del paciente aquejado de dolores de barriga y que descubre el ojo de cristal que se había tragado comentándole “cómo no te va a doler, si tienes gente dentro”.
Desconozco si morirse será más estresante que nacer, pero debe resultar desagradable hacerlo con buitres revoloteando alrededor.