(Texto: Paco Velasco) El binomio germanófilos-aliadófilos sigue ejerciendo presión histórica. A ver si alguien se va a creer que la dulce Baviera ha olvidado su agrio pasado nazi. O que la austera Castilla perdió alguna vez su tradición conquistadora. Y que Alemania perdonó alguna vez a España su declaración de neutralidad en la segunda gran guerra. Y que siempre consideró una gran bajada de pantalones el simple envío de la División Azul pese al posicionamiento de alemanes en la zona roja y en la zona azul.
No se dude que el delirio de grandeza del alemán se estrelló con la realidad de 1945. Se hizo trizas pero no lo suficientemente microscópicas como para no ser recompuesto. El nacionalsocialismo nunca se diluyó. La religión no escapó al desencuentro y a la confusión. La iglesia católica se manifestó contra Hitler con mayor ímpetu que la protestante.
La pretensión independentista catalana halla su proyección en el espíritu secesionista bávaro. El Tribunal Constitucional de Alemania debió dictar recientemente una providencia que inadmitía, por ilegal, la solicitud de convocatoria de una consulta de autodeterminación. El propio Weber, líder del llamado Partido de Baviera, no se ha recatado en declarar que la independencia del land no será dictada por un tribunal sino por la voluntad de sus habitantes.
En el fondo, la idea del divide y vencerás sigue pugnando con la de la unión hace la fuerza. Como siempre. En clave de defensa y de solidaridad internas, la segunda debe ser hegemónica. Desde un punto de vista del ataque exterior, sigan la primera flecha. Hoy, los catalanistas son alemaníacos; el resto de los españoles, aliadófilos paneuropeos. Mañana, ya veremos. El sonido de la flauta de los intereses marcará nuestro devenir. Si no, al tiempo.