(Texto: Juan Andivia) Durante mucho tiempo -y aún resisto- me he caracterizado por tener amigos muy diversos. Reconozco que alguna afinidad me ha unido a ellos y, por encima de las ideas, ha existido algún hilo invisible que ha permitido que nuestra relación no se rompiera. También es verdad que unos tenemos más tragaderas que otros.
Últimamente la cosa se ha agravado por el mal uso de las redes sociales. Cuando empezó la correspondencia electrónica, recibíamos cada mañana varios “powerpoints” que nos hacían subir la glucosa (casi llego a odiar los gatitos y los paisajes); después, llegaron las presentaciones culturales, ingeniosas y de curiosidad intelectual. Hoy, estas entregas se hacen a través del facebook que, nació para unir a las personas y está consiguiendo separarlas. Como se sabe, aquí vale todo, opinar, censurar, pontificar, enjuiciar, maldecir e insultar; especialmente en twiter.
No estoy en contra de que la gente diga lo que quiera, pero deseo dejar claro que los amigos de mis amigos no son mis amigos; que todas las ideas no son igualmente respetables y que lo consentido no es un derecho superior a lo legislado.
Parece una sentencia porque lo es.
Las aficiones crean lazos, los deportes crean lazos, los gustos crean lazos. Así que pienso que, salvando a la familia política, que va incluida en la letra pequeña de los contratos de convivencia, todos tendremos amigos con quienes es imposible hablar de ciertos temas, o con quienes es mejor no entrar en ellos. Cataluña es el mejor ejemplo, incluso aquí en el sur del sur. Luego, están la calificaciones deportivas, los estereotipos políticos, los gustos estéticos y las sentencias judiciales.
Sin embargo, es muy posible que esta relación entre antagonistas no sea más que una manera de configurar el universo, porque si cada uno tuviésemos un opuesto (“busca a tu complementario/que marcha siempre contigo/ y suele ser tu contrario”, que decía A.Machado), que formara la conjunción perfecta, el tao, la fuerza conciliadora entre el yin y el yang; o si, como pensaba Heráclito, la lucha entre los contrarios fuera un principio universal, idea que Hegel, Marx y Engels comparten con matices; entonces, la disparidad manifiesta sería imprescindible para ayudarnos a discernir y a consolidar el ser.
Sea como sea, hay que ver cómo duele que elogien lo que odias, si es que odias; que minusvaloren lo que ensalzas; o que te animen a firmar peticiones disparatadas, desde tu punto de vista y que lo hagan quienes serán tus compañeros de cervezas, espectáculos y conversaciones posteriores.
Pero esto es lo que toca, conservar lo que algún día nos pareció divertido, los momentos únicos y las adhesiones inquebrantables, a pesar de las diferencias.
Porque quizá tan sólo esto sea lo que se llama vivir en sociedad, marchar -en ocasiones- con quienes desean lo que tú no quieres; dosificar lo que siendo molesto, también enriquece; dar cabida a lo discrepante; ser flexible; elogiar lo incompatible.