(Texto: Federico Soubrier) No puedo disimular mi alegría por el varapalo que se ha llevado la corrupción en España. Como cabeza visible y único presidente europeo obligado a declarar en calidad de testigo ante la justicia, M. Rajoy por fin ha sido “desahuciado” de la Moncloa; era insostenible que un partido declarado a todas luces corrupto nos siguiese gobernando.
Nuestra singular democracia, al final, ha sido capaz de dar un paso en pro de los derechos de la ciudadanía, enarbolando una significativa toma de la Bastilla. Aquí, sí rodarán literalmente un buen número de altos cargos que disfrutaban de demasiadas prebendas y que estarán maldiciendo la jodida moción de censura.
Sería lógico que como M. Rajoy no ha tenido la decencia de irse, lo han tenido que echar, se quede sin esa vergonzosa pensión vitalicia que le vamos a donar desde el mismo momento en que abandone el cargo. Solo se concede en tres países en el mundo y nos tuvo que tocar. Es obvio que no lo abandona, que lo expulsan, luego, esto habría que analizarlo y tomar las medidas oportunas para que no perciba ni un chavo.
“Ha sido un honor dejar una España mejor de la que encontré”, ha tenido la indecencia de comentar quien ha mermado la capacidad económica de una población que en muchos casos sobrepasa el límite de la pobreza y en otros se ha visto obligada a exiliar su juventud camino de otras tierras más generosas.
Que nadie vaya a creer que Pedro Sánchez será el paladín de nuestras desgracias, también arrastra algún vagón con contenedores deleznables. Si tiene algún mérito de antemano es haber sobrevivido a los suyos, cuestión que dice mucho en su favor, pero poco o nada en el de su partido.
Todo esto nos supone un coste, el mantenimiento de unos presupuestos con los que la mayoría no estábamos de acuerdo, incluido el nuevo presidente, así que tendremos que fastidiarnos esperando que el fin justifique los medios.
No debemos obviar que han sido muchos los partidos que han contribuido a este éxito, ni tampoco que fuimos los votantes los que cortamos las distintas porciones del disgregado queso que tenemos en el parlamento.
Esperemos que ahora sí se destape el tupido velo de la amnistía fiscal y podamos ver toda la mierda que se ha ocultado bajo la alfombra, a la vez que se proceda a derogar la Ley Mordaza para que al menos podamos expresarnos con libertad.
Lo cierto y la verdad es que, con la cautela imprescindible en esta coyuntura, por fin se ha dado un gran paso y aunque tenemos por delante un futuro un tanto incierto, en cualquier caso siempre será mucho más alentador que nuestro lamentable pasado inmediato.