(Texto: Paco Velasco) Después de felicitar al PP por el desarrollo, ejemplarmente democrático, de su congreso nacional, extiendo la enhorabuena a su nuevo presidente. No obstante, quisiera precisar mi posición: nunca he militado en ese partido aunque en las últimas cinco legislaturas sí he votado su programa. Vengo sosteniendo que es la única organización política capaz de sacar a España del marasmo económico. Esta defensa tiene dos claves de bóveda: su orgullo de ser derecha sin renunciar a una parte del centro y su capacidad para enderezar el rumbo del país una vez desalojado el Psoe del gobierno.
El discurso de Pablo Casado ha sido nítido en este sentido. Ha dejado atrás los “affaires” amorosos con la prensa llamada de izquierda y ha enarbolado la bandera de la españolidad sin complejo alguno. No obstante, recomendaría al presidente neófito un par de actuaciones. Una primera, de carácter activo: incluya en los órganos de gobierno a los perdedores, desde Soraya y Fátima –excelentes cabezas pensantes- hasta los últimos componedores de su apuesta congresual. La segunda, de orden reactivo: evite el tinte entre joseantoniano (huya despavorido de esas doctrinas) y adolfista (fomente el espíritu de concordia de Suárez) de su oratoria. En su defecto, será sometido a un troleo incesante.
Pablo Casado vive una época distinta de un país nuevo que, eso sí, arrastra problemas históricos. Juegue, pues, con la baraja de la democracia más transparente y muestre a sus enemigos acérrimos, los que le tildan de ultraderechista, que esa ofensa verbal no es sino la constatación de que estos deslenguados –la prensa al servicio de los Echenique, Rufián, Ábalos, Iceta o Puigdemont- andan bien jodidos porque Pablo tiene la gran oportunidad –acaso un año- de llegar a la presidencia del Gobierno de España.
Pablo es un español demócrata. Por tanto, los demócratas españoles –tanto de Ciudadanos como del Psoe anti Pedro Sánchez- son sus aliados. El resto, no. Si no tiene en cuenta algo tan de Perogrullo, le quedan un par de “colombinas”. El respeto y la firmeza son sus valedores inexcusables. Firmeza a raudales porque, parafraseando a Mariana Pineda, le ayuda a arrostrar los trances. Y respeto porque es el IVA de la ética y de la moral a la vez espacio que cubre los desamores ajenos.