(Texto: Juan Andivia) Han publicado veintiocho nombres distintos para las distintas identidades sexuales. En realidad, lo han llamado “Género, atracción e identidad”, sabiendo que los tres términos se refieren a realidades diferentes. Género es el rol que una persona adopta en una sociedad que, previamente, lo ha designado como propio de hombres o de mujeres; como se ve, no es lo mismo que sexo, marca que biológicamente te da la naturaleza al nacer. La atracción puede, por tanto, compatibilizarse con ambos sexos y géneros, como han hecho y hacen los homosexuales en los lugares donde no pueden manifestarse como tales, o no les conviene (el conocido armario, que ya no depende del sitio, sino de otras circunstancias). Y la identidad es como se siente alguien independientemente de los conceptos básicos anteriores.
Existe incluso un diccionario, llamado Siete Polas, que han confeccionado siete mujeres colombianas “para transmitir un mensaje de resistencia y emancipación femenina”; y supongo que otras muchas páginas, estudios y documentación sobre el mismo tema. Pero, ¿veintiocho nombres?
No entiendo la necesidad de etiquetar lo estrictamente humano. En un mercado, conviene por razones estratégicas, pero en la vida bastaría con una sola palabra que es “respeto”.
Lo que pasa es que este vocablo se usa, pero no se ejerce, se presume de él, pero no se siente; se conoce, pero no está integrado en la formación de muchas personas, por cierto tan dignas como ésas que queremos clasificar.
Más allá de lo esnob que resulta llamarse cisgénero (tecnicismo alemán que viene a designar la coincidencia entre género y sexo, vamos los/las heteros de siempre), no debería haber ninguna otra apelación. Ya sé que lo que no se nombra no existe, pero me estoy refiriendo a la conciencia, no a la necesidad coyuntural.
Ahora, las iniciales de LGTB van aumentando, pero qué más dará; por lo menos a mí, excluyendo su uso para que los más reaccionarios se enteren, me sobran todas.
Si verdaderamente somos conscientes de la diversidad y no nos importa, porque la hemos entendido, porque no nos molestan las diferencias, porque estamos convencidos de que un ser humano es igual que otro ser humano, entonces sólo usaremos tres o cuatro términos para referirnos a alguien cuando tengamos necesidad de aportar datos, como cuando decimos rubio, moreno, alto o bajo; y únicamente entonces.
Claro, me asalta la duda de si ser alto y rubio no será la aspiración de muchos bajos y morenos, y viceversa, y entonces la descripción se convierte en insulto. Pues háganselo mirar.
Cada cual es cada cual y no importa con quien se acueste o desee acostarse; y sí importa si es buena en su trabajo, si es buen hijo o esposa, si escribe o pinta bien; en fin, las características que a cada uno les parezcan importantes: si es madridista o culé, también, y demás analogías.
La población maleducada en este ámbito es mayor de lo que se cree; no todos los educadores integran, ni todas las vecindades, ni todas las amistades; no toda la tribu. Créanme o no, pero el Génesis, literalmente hablando, hay que interpretarlo, o admitir que miles de años después ha quedado desfasado.