(Texto: Paco Velasco) “Bien vivió quien pudo morir cuando quiso”. El adagio latino no pierde actualidad. Recuerdo una frase de Felipe González allá por el final de la década de los años 80 del siglo pasado. “Podemos morir de éxito” vino a declarar. Murió políticamente en el más vil de los fracasos. Siguió viviendo en el espíritu más burgués que otrora combatía. Es el sino de los que se creen uncidos a la fortuna de los mesías. Hasta que su vena de santón se desangra. Con el tiempo, se ha humanizado. Ha comprendido que es mortal y de mortales anda rodeado.
Dentro de su partido se practica la kempiana imitación de Felipe. Algunos de sus discípulos se han creído descendientes de Lutero. Sin embargo, de la categoría del agustino no tienen ni el cosquilleo de las cucarachas que recorren su epidermis moral. Son buenistas de hígado y malignos de riñones. Ciegos en el país de los tuertos por más que se crean clarividentes en la tierra de los burros.
Doña Delgado sigue esa senda. Doña Lola ha dejado de ser promesa para convertirse en realidad auténtica pero deplorable. Un digital ha publicado una relación de algunos jueces y fiscales que acudieron junto a ella a Cartagena de Indias. Dos preguntas imperiosas: ¿Alguna de ellas tuvo relaciones con menores? ¿Fueron todas? Omitir la respuesta es cruel por calumnioso. Su silencio, torticero. De tan injusto, repugna a ley y a razón.
Dolores Delgado nos ha salido torcida, torva. Su mirada, fiera, airada y terrible, como la del exministro socialista Fernández Bermejo. Don Mariano duró en el cargo lo que la señora Montón. Tal vez Doña Lola prefiera anclarse en el púlpito cochambroso de quienes tiran la piedra y esconden la mano. Lo mismo el doctor “no es no tesis” se decide a patearla. Así, para salvar, unos días más, esa patología de divismo que le embarga. Tuerta una, torvo el otro. Torticeros ambos.