(Firma: Juan Andivia) Antes tenían más de setenta años; después, en vez de aumentar, ya que subía la esperanza de vida, bajaron hasta los sesenta y tantos y, ahora, ya no sé por qué cifra irán, porque, como pasa con todo, de tanto usarlo, se acabó, como dicen.
Eran los nostálgicos, que echaban de menos las máquinas de escribir, el movimiento hippie, sus colores, los cantautores como Mercedes Sosa o Víctor Jara, los guateques, con sus tocadiscos y los bailes agarrados, con los codos de por medio y todo; John Lennon, por supuesto; jugar en la calle, sin coches apenas, los recortables, la autoridad y el respeto a los mayores y al profesorado; y hasta la televisión en blanco y negro. Son quienes, sin darse cuenta, lo que realmente echan de menos son sus edades de entonces, las ropas de entonces, la falta de responsabilidades de entonces; y creen que lo que añoran es el cuatro latas, los viajes amontonados sin cinturón, los trenes de madera, donde se viajaba con una maleta de cuadros, los pelos largos y las reprimendas por llegar tarde, no afeitarse o llevar la falda muy corta.
Y es verdad que esos recuerdos, esos objetos contienen el valor de las estampas costumbristas, los retratos de una época y del naturalismo literario o pictórico; con su belleza, con su qué tiempos aquellos, pero no por mejores, sino porque no sabíamos lo que se nos vendría encima con la edad.
La añoranza es un mal momento que sufrimos todos y es muy difícil discernir entre el valor real de lo que perdimos y el sentimental, que es el que nos lleva a recordar y a desear lo imposible.
En su raíz griega, nostos (regreso) y algos (sufrimiento), está la explicación mejor de su significado: memoria, sí, pero con el dolor de no poder regresar a lo que se desea. Sin embargo, existe -y es a la que me refiero- la nostalgia dulce, aquella que es consciente de que tan sólo es un juguete de la mente para mezclar sentimientos y recuerdos.
Afortunadamente, por estos lares, las condiciones de vida han mejorado progresivamente (de progresión y de progreso) y no creo que, en verdad, se desee cambiar todo lo conseguido por unos tiempos en los que la mayoría de nosotros lo único que teníamos era la juventud.
Sí, que es mucho; y la familia, que se nos ha ido escapando, pero eso es culpa del tiempo, el enemigo que todo lo extravía.