(Firma: Juan Andivia Gómez) Parecía obvio, pero se sigue insistiendo en los beneficios colaterales de esta crisis. Supongo que para animar a quienes necesitan ser engañados (personalmente, siempre me han molestado los golpecitos en la espalda). En realidad, todos sabemos que no saldremos fortalecidos, sino al contrario.
Ese ‘nosotros’ no creo que se refiera a las nuevas huérfanas, viudos y a quienes ni han podido despedir a sus finados. Tampoco a aquellas personas que se sienten culpables de haber contagiado a otras; ni a quienes han luchado en condiciones inadecuadas contra la pandemia en sus trabajos, en sus familias o en sus casas de sesenta metros y siete habitantes. No creo que el pequeño comercio vaya a salir fortalecido, ni los bancos siquiera, ni los agricultores, sin esa mano de obra que se importaba en épocas de cosecha, ni los estudiantes que han dejado de hacer prácticas, ni quienes se han marchado para siempre.
El gobierno ha perdido, sigue perdiendo, la oposición se ha despeñado con su aprovechamiento miserable, la televisión y el cine han detenido sus rodajes y aplazados los proyectos, los comercios están al borde de la ruina o ya en ella; algunos vecinos se han dejado ver, lo que no es necesariamente positivo, la creatividad absurda y el exhibicionismo han aumentado, los depresivos han seguido deprimidos. Todos estamos perdiendo.
El beneficio de saber que hay mucha gente sin la que sería imposible nuestra vida se minimiza ante la catástrofe que supone comprender que somos unas motas minúsculas en un desierto enorme y que nadie es nada. Pero esto, aun siendo una enseñanza, no nos fortalece, sino que nos coloca en nuestro lugar de seres insignificantes y que, seguramente, se olvidará enseguida.
Hay muchas maneras de sentirse hundido, como la de recibir wasap incendiarios y falsos de quienes no esperabas, como la de ver a los defraudadores envueltos en banderas, como la de comprobar que ni la Unión Europea, ni el género humano tienen remedio.
Saldremos, sí, es de esperar, pero no fortalecidos.