(Firma: David F. Calderón) Cuarenta años antes del Covid, Margaret Tatcher dijo que “no existe la sociedad ni nada por el estilo. Hay hombres y mujeres individuales y hay familias”. Aquel individualismo radical fue la base necesaria del liberalismo que ha imperado en Europa durante cuatro décadas, disparando las desigualdades y socavando el estado del bienestar para beneficio del 1% más rico.
Pero esta crisis no sólo golpea los bronquios o el corazón, también la conciencia. Una mañana te levantas y debes quedarte en casa. Los primeros días manoseas obsesivamente el termómetro, pero tu atención vira pronto al número de casos de tu país, de tu provincia, tu localidad. Se produce la encarnación de tus vecinos, esos entes cotidianos que sonaban de fondo en el ascensor. Tus mascarillas sólo protegen al prójimo y las del prójimo a ti. Entiendes aquello de que todo sistema es tan fuerte como su parte más frágil. Te asomas a balcones y redes, donde alguien fiscaliza que alguien se ajuste debidamente al interés general. China, EEUU e Italia están más cerca que nunca. Tu mundo se hace más pequeño, más frágil, más humano.
Tienes miedo pero también tienes tiempo. Miras el mundo a través del visillo. Pronto te irrita la especulación y el fraude con productos de primera necesidad. Un agricultor necesita vender siete kilos de patatas para comprar una mascarilla de papel. Tu sentido común acoge con naturalidad la necesidad de regular los precios de mascarillas, guantes y respiradores. Es lógico garantizar precios justos al campo; proteger a autónomos y pequeñas empresas, impedir el ayuno de esos frágiles moradores de la economía sumergida, ofrecer hospitales y residencias públicas dignas poniendo coto al negocio de la enfermedad y la vejez.
Piensas diferente, pero la disonancia cognitiva de Festinger, esa incómoda tensión que emerge de tus contradicciones, se diluye en el horizonte de un mundo nuevo.
Por definición, esta pandemia es global, sistémica, y reclama con violencia respuestas y valores colectivos, una reacción como grupo, no como individuos. Hace 40 años, el individualismo radical de Tatcher preparó el asalto del liberalismo radical a las conciencias. Dormimos desde entonces, pero alguien despierta cada día entre tanto dolor. Quizás estemos preparados para protagonizar un cambio de ciclo.
(David Fernández Calderón es diputado provincial de Adelante en Huelva y responsable de Política Institucional de Izquierda Unida Huelva)