(Firma: Juan Andivia) Estaba yo sentado en una cafetería con mi amigo Roberto, cuando me dijo: ¿Ves a ese bebé? Pues es una bomba. Los bebés son bombas expansivas del virus y ellos, tan felices, como no lo padecen, van causando estragos a sus hermanos, padres, abuelos y, por supuesto, a quienes estamos a su alcance.
-Exagerado.
-No creas, pasa igual con los adolescentes, a quienes siempre he defendido, menos ahora, que están regresándonos, poco a poco, al confinamiento.
Me pareció ocurrente lo de los bebés bomba y muy cierto lo de la juventud irresponsable y cariñosa, porque resulta que todos hemos visto a jóvenes sin mascarilla, antes de su obligatoriedad y ahora también. Por otra parte, las noticias corroboran que para algunos es más importante una fiesta, una botellona o una reunión discotequera que la salud de sus mayores, por ejemplo. Lo vemos a diario. Y desde que tenemos que salir a todas partes, paseos marítimos incluidos, con la protección recomendada, vemos cómo en la ausencia del agente sancionador, el doce o dieciochoañero campa a sus anchas, roza que te roza con la chorbita correspondiente.
Y, también están las playas, campo de minas, según la apreciación estrambótica de mi amigo y lugar donde la estupidez humana se entroniza, al igual que la decadencia de su físico.
Ahí, tras el paseo con la cara tapada, se sienta uno y casi le rozan los niños mencionados y sus familias que, habiendo guardado la distancia de seguridad, no lo hacen cuando se dirigen o vienen del agua.
Menos mal que han prohibido los juegos de pelota y las célebres palas, qué alivio, porque cada año, en las bajamares, mi peregrinar de un sitio a otro era penoso y lamentable algún que otro estallido cuando mandaba la pelotita a ultramar (si hubiese podido). Algo es algo, además, uno se acostumbra a todo, a pasear de esa forma, a lavarse las manos continuamente, a saludarse con los codos y a abrazarse como si fuésemos seres incorpóreos.
¿No decían que para qué el estado de alarma y no sé qué de la coacción de la libertad de movimiento? Pues ya verán cuando esos bebedores de calle, esos amigos de toda la vida, esos pretendientes de la jovencita morena y esos objetores de todo lo que el gobierno actual les diga se den cuenta de que no hay policía suficiente para perseguirlos y hacerles cumplir con el bien común. ¿Han dicho común?
Y a mí que me importa.