(Firma: Federico Soubrier) Los dos hombres discutían airados. El que se encontraba en el patio del adosado era más alto, el que protestaba desde la calle, apoyado con las manos en el buzón, se tenía que empinar para verle la cara por encima de la puerta.
–¿Te puedes ir de una puta vez de mi casa, cabrón? –vociferó el bajito.
–¿Cómo quieres que te lo diga? No me sale de los huevos, mi familia y yo estamos muy bien ahí, de ninguna manera nos vamos a ir –dijo señalando hacia el interior.
–¡Serás hijo de puta! Ya lleváis un año aquí, ¿cómo te llamas, so vaina? –preguntó el de afuera.
–¡Manuel! ¿Pasa algo, eh?¿Y tú? Te voy a denunciar por amenazas, insultos y difamación je, je –sonrió con sarcasmo.
–Mira Manuel, me llamo Miguel, llevo tres años pagando esta casa y dos la luz, el agua y la comunidad; mi novia está embarazada, no podemos vivir en la vivienda de mis padres, que es de ochenta metros cuadrados, gano poco más de mil euros en el hospital y no tenemos más ingresos. No seas mamón y largaos de una jodida vez –explicó cada vez más irritado.
Al cabo de dos años, se encontraron paseando por el centro de la ciudad: ninguno se puso en tensión.
–Hola Manuel, ¿cómo andas?¿Sigues en mi casa? –preguntó tendiéndole la mano.
–Sí, dejaste de pagar la luz y el agua, cabrón; me tuve que enganchar, ahora la casa es del banco, ¿no? –contestó con curiosidad mientras lo saludaba.
–Mi abogado me dijo que era gilipollas si seguía levantándome a las seis de la mañana para trabajar siete horas diarias y sacar en limpio poco más de cuatrocientos euros al mes después de pagarle a él. Dejé el trabajo y de paso la hipoteca, tuvimos un niño y me casé, ocupamos un chalet, seis habitaciones, con piscina, sauna y spa, una preciosidad, tenemos dos perros y mis padres se vinieron también –explicó sonriente.
–¡Coño! Aprendes rápido –te felicitó Manuel.
–Tú, que eres un excelente profesor –aclaró Miguel abriendo las manos hacia el cielo en señal de agradecimiento.
–Entonces… ¿No haces nada?, ¿te dedicas a la contemplación como yo? –lo interrogó con curiosidad.
–¡Sí! Bueno, por las tardes trabajo un par de horas dando masajes con piedras calientes y vasos de vacío; me ventilo más de dos mil euros sin declarar y con la paga de ingreso mínimo vital de mi mujer pasamos de tres. Ahora voy a comprarme un coche, de allí con el chiquillo, no nos echa ni Dios. Estás invitado a una sesión cuando quieras –rio dándole una palmada en el hombro.
–¿De verdad?¿Me darías una friega?, ¿y a mi mujer también? –preguntó con interés.
–Claro, entre okupas, faltaría más, las que queráis para que os relajéis– respondió alegre.
–¡Bendito país! Un abrazo –boceó Manuel.
–¡Bendito y cojonudo! –sentenció Miguel estrujándose con él.