Llevo días intentando terminar un haiku. Una ve un haiku ahí, una cosa tan sencilla (diecisiete sílabas repartidas en tres versos, dos pentasílabos y un heptasílabo) y puede llegar a creer que como mucho le llevará cinco minutos terminarlo. Pim, pam, pum. Lo mismo que tardamos en hacer un huevo pasado por agua. Siento deciros que esto no va de cocer huevos. Un buen haiku necesita un poquito de calma, mucha paciencia, tachar muchas veces e incluso ser capaz de, en algún momento, desligar pensamiento y lenguaje. En los últimos meses he mantenido conversaciones interminables (y maravillosas) con mi querido Javier Das, sobre si era mejor que un determinado verso estuviera al principio o al final del haiku. Que, para quienes sean profanos en el mundo del haiku, les diré que es como si estuviéramos discutiendo si echar primero el aceite o el vinagre en la ensalada.
Y es que en este mundo – por el que hasta hace unos meses transitábamos sin poner los pies en el suelo, como si nos llevaran en volandas – lo más cotidiano, lo más pequeño encierra dentro tanta o más sabiduría que los grandes gestos. Durante el confinamiento de marzo, me emocionaban los aplausos a los sanitarios, claro que sí. Pero también procuraba sonreír a la cajera del súper y a la muchacha que me vendía el butano en la gasolinera. Porque nadie las aplaudía a las ocho de la tarde, pero qué necesarias eran, son y seguirán siendo.
Ahora que abordamos el otoño con la obligación legal de volver a desacelerarnos, de hacer de nuestro hogar madriguera y cobijo, vuelvo a un libro y a una autora que conoce el secreto de las pequeñas cosas. María José Collado es poeta y muchas cosas más, pero si existiera la profesión de observadora, ella se habría doctorado cum laude, estoy segura. “Pájaros de cristal en el jardín de invierno” es el último título de la autora y el tercero publicado con la editorial sevillana “Ediciones en Huida”. Con un bellísimo prólogo de Elena Marqués (no se pierdan su blog “Desde mi ventana”) la autora divide este libro en dos partes llamadas “Cada instante, un pájaro” y “Sumergido alfabeto”.
María José parte del poema que da título al libro, un poema lleno de frío y de belleza, para ir transitando por la vida misma, por sus aconteceres que sin ser ni llamativos ni excesivos, dejan al lector el poso de haber sido testigo de algo que solo ella y tú conocéis. Poemas tan breves como “Solsticio” o tan evocadores como “Night in Tunesia” y Miles Davis de fondo:
Escribes en su vientre
con saliva algún poema,
en las copas del deshielo,
es la alquimia del agua.
En la segunda parte, María José va jugando con las letras del alfabeto escondiendo el título del poema, que solo podremos averiguar una vez nos encontremos en el índice. Es en esta parte donde la autora despliega además su conocimiento del ritmo en la poesía, con alejandrinos que te van meciendo, versos de arte menor que son como pequeñas candelitas, endecasílabos que suenan a tonada y versos que podrían ser en sí mismos un poema: El invierno tiene voluntad de silencio o Caben estíos en una mochila.
María José Collado es además una consumada haijina, que es como se denomina a la mujer que escribe haikus, y su dominio de esta forma poética se ve reflejada en todo el poemario. Su tratamiento del paso del tiempo es tan imperceptible como el gesto de arrancar una hoja más al calendario. No es una poeta a la que le gustan las estridencias. Ella habla bajito y muchas veces con la mirada te ha dicho todo lo que tenía que decirte. Y la reconozco en estos versos:
Sacudo las alfombras,
al pulso le doy cuerda,
a buen recaudo guardo
la intimidad con llave.
“Pájaros de cristal en el jardín de invierno”, de María José Collado está editado en su colección “Poesía En Tránsito” por “Ediciones En Huida”.
CARMEN RAMOS
Octubre 2020.
