(Firma: Federico Soubrier) Mi buen amigo Ricardo Crisóstomo me planteó una colaboración en su nuevo libro “Apuntes de una pandemia”, cuestión a la que por supuesto accedí. Si bien lo habría hecho sencillamente por ese afecto que se genera cuando te unen diferentes apegos a otra persona, en este caso resaltaría la escritura, la pasión por la mar y el cariño a Mazagón, no lo es menos que me tentó el innovador punto de vista de un tema tan candente que podrían tener un reconocido psiquiatra que ha padecido la enfermedad en sus propias carnes, sus colegas y distintos allegados elegidos a fin de aportar al proyecto diferentes esquemas mentales según cada enfoque particular.
Evidentemente, la COVID está afectando físicamente a un número aplastante de personas, provocando innumerables fallecimientos y una cantidad inmensa de afectados con secuelas en muchos casos difíciles de paliar, pero no es menos cierto que también lo hace mentalmente en casi, digamos, el resto de la humanidad.
Lamentablemente ha cambiado nuestra forma de vida, provocándonos temores, modificación en los hábitos y, lo que es peor, una retracción social que de alguna manera tenderá a convertirnos en ese compañero, vecino o conocido malaje que no se relacionaba con nadie y si podía, evitaba incluso saludar.
En muchas ocasiones, cuando reflexiono sobre el virus, vienen a mi mente los abrazos de una persona en especial. Ella tiene el don de transmitirte calor, afecto, cariño, complicidad, compresión, amor y por supuesto amistad. Es triste que seamos muchos los que nos los estemos perdiendo o los tengamos con una inexcusable y peligrosa clandestinidad.
Inevitable será el recelo en el saludo a nuestros hijos o nietos cuando hayan vuelto tal vez de un botellón, todo tan absurdo como un beso que te pueda quitar la vida, eso sí, ante el recalcitrante error de que pueden ser ellos los infectados y nosotros no.
Asumimos que vendrá la tercera ola y, no obstante, oficialmente se le dará barra libre al virus para que se explaye en el período navideño. Parece que los políticos tienen más miedo a perder votos por recortar en folclore y tradiciones, que hacerlo en sueldos o subir impuestos.
La cuestión es un continuo sine die para afrontar el problema en serio, con el osado atrevimiento de proponer la vacunación masiva, inmediata, con unos fármacos no suficientemente testados, y en este caso Rusia se lleva la palma. Esperemos que los posibles efectos secundarios, en el peor de los supuestos, se queden en poco más que una mera alopecia o poco más que lamentar.
En cualquier caso, estoy deseando devorar “Apuntes de una pandemia”, a punto de salir del asador, por la certeza de que mi amigo Ricardo nos deleitará con una visión más fidedigna, por meditada, sufrida y analizada, del efecto de la pandemia como herida no cicatrizada.