15 enero 2025

Santiago Gómez: «Somos el pueblo que caminaba en tinieblas»

El obispo de Huelva presidió ayer por la tarde en la Santa Iglesia Catedral la Misa de Medianoche, conocida popularmente como Misa del Gallo, este año con horario adelantado debido a la situación por la Covid-19.

En su homilía, se refirió a la situación actual que vivimos con la pandemia al expresar que «somos el pueblo que caminaba en tinieblas, que habitaba en tierra y sombras de muerte y una luz les brilló”, recordando las palabras del profeta Isaías. En este sentido, apuntó que ahora esas tinieblas se nos hacen presentes en la «amenaza de la pandemia, en el miedo al contagio, en la imposibilidad de podernos reunir con las personas queridas, pero también en la injusticia, la violencia, la crispación social, en el enfrentamiento y en tantas otras realidades en que no respetan al otro ni a tantas personas que tienen la misma dignidad que nosotros pero viven en condiciones inhumanas».

Gómez destacó que «la Navidad no es la celebración de una fiesta de aniversario, algo que pertenece al pasado, sino que la liturgia nos pone delante la actualidad de lo que celebramos y, como dice el Salmo, hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor». De esta forma «la Navidad trasciende la historia, la marca y también nos afecta a nosotros en nuestra existencia, en nuestra vida de cada día», y añadió que «Dios se ha abajado a la humanidad y se ha hecho uno de tantos, un hombre como nosotros para darnos la mano, para que nosotros subamos, para hacernos a nosotros hijos de Dios, hijos adoptivos, para unirnos a su Hijo y así abrirnos las puertas del cielo». Así «lo que sucedió entonces, tiene una repercusión para siempre, para todos los hombres y para todos los pueblos».

Además, señaló que «Jesús, el Salvador, pisando nuestro mundo, nos enseña a vivir», como expresa San Pablo en su carta a Tito “renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos”, a través de una vida nueva que sea  “sobria, prudente, con el control de uno mismo, de sus propios deseos y apetencias»; en la relación con los demás, con una «vida justa que sabe respetar al otro y que entiende que por cada persona concreta, en cada rostro concreto está la imagen y semejanza de Dios y tiene esa dignidad única e irrenunciable; una vida que se compromete por el bien del otro»; y «una vida piadosa, que nace de la ternura del corazón humano cuando comprende a Dios y se relaciona con este Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo como hijo, en obediencia confiada a la voluntad de Dios».

 

 

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